EL RITO

I Algunas consideraciones sobre el tiempo y el espacio.

Uno de los temas que más importancia ha concedido la Tradición Masónica es el del rito, como la forma transmitida desde la antigüedad de sacralizar al tiempo y al espacio.

Para el mundo moderno, carente de comprensión acerca de lo sagrado, lo espacio-temporal resulta siempre uniforme, insignificante y totalmente profano. Pero para el masón, heredero de la Antigua Tradición, hay puntos significativos en el tiempo, determinados por los movimientos de la tierra y las revoluciones del sol y los planetas, que observa cuidadosamente por el estudio de la Astrología y que celebra y sacraliza, permitiéndose de esa manera conocer otras dimensiones del mismo y emprender el viaje iniciático que lo conducirá hacia el Eterno Oriente, donde finalmente el tiempo se detiene.

Las dos fiestas más importantes que se celebran en nuestra Orden (y que por cierto han celebrado todos los pueblos) son las de los dos solsticios, de verano y de invierno eje vertical de la rueda que corresponden respectivamente al Sur y al Norte, al mediodía y a la medianoche y a los signos zodiacales de Cáncer y de Capricornio. Estos dos puntos del tiempo eran llamados por los griegos Puerta de Los Hombres y Puerta de Los Dioses, la tradición hindú los identificaba como el Pitr-Loka y el Deva-Loka, y están relacionados con los dos perfiles del Jano de los romanos y con los dos Juan (bautista y evangelista) de la tradición cristiana. Se dice que por la primera de las puertas salen las almas de los no iniciados que después de la muerte habrán de retornar a otro estado de manifestación; y que por la segunda las de los que, gracias a la muerte y el proceso iniciáticos, han conocido los estados múltiples del ser y las diversas dimensiones del tiempo y el espacio, logrando de este modo realizar el retorno a la Unidad, donde se recupera la inmovilidad del Origen y se obtiene la Gran Luz oculta en la inmanifestación. Es ese el sentido esotérico de que nuestros trabajos se realicen del mediodía a la medianoche; pues si bien es cierto que para el profano la mayor luz se halla en el mediodía y en el solsticio de verano (el día más largo del año), el iniciado por el contrario encuentra la Gran Luz en el solsticio de invierno, pues en su búsqueda interna se ha dirigido hacia el conocimiento del Sol de Medianoche 1. Y és ese el sentido simbólico de que el Cristo nazca justamente a las cero horas y en el solsticio invernal de Capricornio y que a partir de ese nacimiento el tiempo comience a contarse de nuevo.

Las otras dos fiestas que hemos de celebrar con plena conciencia de lo que significan, son las de los dos equinoccios, de primavera y otoño, que corresponden a los signos de Aries y Libra y que son equidistantes de las dos primeras. Se simbolizan en estas cuatro fechas también a los cuatro elementos, pues Capricornio corresponde a la Tierra, Aries al Fuego, Cáncer al Agua y Libra al Aire; nos permiten observar las transformaciones que ocurren en la tierra en armonía con las leyes del cielo; nos recuerdan a su vez los grandes ciclos cósmicos determinados también por la ley del cuaternario y por los movimientos de los astros, y evocamos con ellas las cuatro edades (de Oro, Plata, Bronce y Hierro) en que se divide todo ciclo.

Aparte de estos cuatro, todos los pueblos encontraron puntos en el tiempo, que celebraban de acuerdo a sus calendarios rituales (los cuales encontramos en todas las culturas). Eran en esos puntos significativos cuando se realizaban los ritos, vivificando con ellos los mitos y trayendo al presente aquel tiempo perdido o Edad de Oro en que los dioses habitaban la tierra y ésta se regía en forma total por las leyes del cielo.

Nosotros celebramos estas fiestas, pero también sacralizamos el tiempo en todas nuestras tenidas, pues durante el lapso en que éstas transcurren (que simbólicamente es, como dijimos, del mediodía a la medianoche), realizamos nuestro ritual, nos salimos del tiempo uniforme del mundo profano e ingresamos a otro tiempo en el que todo se hace simbólico.

Con el espacio sucede lo mismo, y en nuestro caso es el templo (y sobre todo su espacio vacío), el que viene a representar el lugar donde habita el espíritu, que por cierto no es otro que nuestra propia interioridad. Los antiguos nos enseñaron a reconocer los puntos espaciales que se salen de lo amorfo y de lo profano. Ellos sacralizaron esos puntos y construyeron en los mismos sus templos y ciudades; para esto se da fundamental importancia a los cuatro puntos cardinales, marcados también por las leyes del cielo y en armonía con las cuatro estaciones del tiempo, y esa es la razón de que nuestras construcciones se orienten de acuerdo a tales leyes. Ese es el caso de la ciudad de la antigua Tenochtitlan, México. Los sabios y reyes, guiados por los designios de los dioses y por las órdenes de sus antepasados, supieron reconocer (después de la peregrinación y en un tiempo determinado) aquel lugar que habría de ser su centro. Donde el águila devoraba a la serpiente, donde lo sutil de lo volátil había dominado a la densidad de lo que repta, donde el espíritu había penetrado a la materia, allí habría de erigirse el Templo Mayor, centro simbólico de la ciudad y del imperio que se desarrollaría a su alrededor. También en este caso, a partir de ese momento, el tiempo habría de comenzar a correr de nuevo. Esto era posible gracias al conocimiento que de la cosmogonía tenían sus sabios, sacerdotes y señores. Y no es excepción en la historia de la humanidad, sino que por el contrario es la regla, pues por procedimientos y símbolos similares fueron fundados todos los centros espirituales de la antigüedad que escribieron la historia del hombre y de los cuales recibimos la herencia y el influjo espiritual.

En el caso de la ciudad de Jerusalén y el Templo de Salomón ocurre lo mismo. El pueblo judío, después de un largo peregrinaje por el desierto, y de haber atravesado por en medio de las aguas, encuentra la Tierra Prometida. Luego que David (con una honda, símbolo de lo sutil y volátil) mata al gigante Goliath (que representa a la materia densa), es erigido en ese lugar el Centro. Allí se construirá el templo y la ciudad de Jerusalén, tomando como modelo a la Jerusalén Celeste, cuyas leyes eran también conocidas por el sabio Salomón y el arquitecto Hiram. Sabemos que nuestro Templo es una réplica de aquél y que nuestro ritual ha sido tomado de los ritos iniciáticos que se practicaron desde la más remota antigüedad en el interior de las cavernas y los templos, en los que, tal como debemos hacer nosotros, se da vida al tiempo y al espacio verdaderos.

El ritual es para nosotros el vehículo que nos conducirá a la realización del Arte Real y al cumplimiento de la Gran Obra. Junto con el significado esotérico de los símbolos constructivos y guerreros, es la herencia más preciada que hemos recibido de los antepasados. He ahí la importancia trascendental que tiene para los masones. Y es por eso que una de las obligaciones fundamentales que tenemos es la de realizar el rito en forma perfecta y con un conocimiento cabal de lo que significa.

Es esta una gran responsabilidad, pues de lo contrario nuestra Orden podría desaparecer en la multiplicidad de lo profano.


II Rito y Símbolo

Veíamos cómo para la Masonería, en cada tenida en que se celebra alguna fiesta litúrgica (en especial las cuatro anuales de los dos solsticios y los dos equinoccios), y también en todas las tenidas ordinarias, se logra, mediante la realización perfecta y consciente del ritual, el conocimiento gradual de otras dimensiones de nosotros mismos, que no podríamos alcanzar si no fuera por la intermediación del símbolo, al que utilizamos como vehículo (el más adecuado a la naturaleza humana) para la comprensión y vivencia de esos otros estados de la conciencia y del ser, que los seres humanos tenemos en potencia y que no se realizan si no es a través de un trabajo interior al que coadyuvan los ritos y símbolos sagrados, tomados de los diseños del Gran Arquitecto y que los iniciados de todos los tiempos recuerdan y repiten, evocando así ideas sutiles y arquetípicas que conducen a la realización espiritual.

Y no está de más apuntar aquí que para nuestra Orden el rito es un símbolo, y que al hablar de él podemos recordar conceptos que hemos enunciado en otros trabajos acerca del símbolo en general y que son también válidos con respecto al rito en particular.

En primer lugar el rito (como el símbolo) es la representación de una idea y también de una fuerza y una energía, que se esconde detrás de su apariencia formal. En ese sentido, cada uno de los pasos, toques, señales, baterías y palabras que realizamos y pronunciamos, tienen un sentido esotérico u oculto que recordamos, vivificamos, y vamos conociendo al practicar nuestra liturgia. El propio sentido etimológico de la palabra rito, proveniente del término sánscrito rita, está relacionado con la idea de orden, siendo en realidad todo ritual verdadero una forma ordenada de representar ideas, pensamientos y energías que a través del propio rito se transmiten, conservan y mantienen vivos, permitiendo a los que participan de la ceremonia la posibilidad de ordenarse intelectualmente y sobre todo la de experimentar el influjo espiritual que este ordenamiento simbólico y sagrado otorga a los que son capaces de abrir su corazón y recibirlo. Y este es otro sentido fundamental que tienen el rito y el símbolo: que son actuantes; que producen un efecto en el interior del hombre y que lo transforman permitiéndole el crecimiento interior y el conocimiento de otras realidades de orden metafísico a las que se llega gracias a la muerte del hombre viejo, profano e ignorante, limitado por sus propios condicionamientos y prejuicios y el nacimiento del nuevo hombre que la Logia da a luz. Es esto lo que se simboliza en la ceremonia de iniciación, que es el primer ritual masónico de que participamos y en el que se representa de forma ejemplar cada uno de los pasos que habremos de dar en el transcurso de nuestro proceso iniciático. En esa primera ceremonia recibimos una iniciación virtual; y ésta se hará real y efectiva en la medida que vayamos conociéndola gradualmente, cada vez en mayor profundidad, permitiendo de esa manera que la transmutación (muerte-resurrección) que en ella se simboliza, se produzca verdaderamente en el interior de nosotros mismos. Si realizamos el ritual de forma perfecta y con un claro entendimiento de lo que estamos haciendo, podremos experimentar la acción que ejerce sobre nosotros y veremos a estos símbolos actuantes recobrar toda la fuerza y vigor que nuestros antecesores les concedieron y que se mantienen intactos y siempre renovados, gracias a los verdaderos masones que viven y realizan en su interioridad lo que sus rituales están simbolizando.

Otra característica del rito es que aumenta su fuerza por la reiteración. Cada vez que se realiza una ceremonia de iniciación volvemos a vivir la propia nuestra, pero recobrando ahora un sentido más claro y profundo. Lo mismo sucede con las demás ceremonias y con las tenidas ordinarias: la repetición idéntica de ciertas palabras, posturas, gestos y señales hace posible que su significado se vaya grabando en nuestros corazones, penetrando cada vez con mayor claridad, porque el rito y el símbolo transmiten una luz, que siempre que la evocamos brilla con mayor intensidad. Pero la reiteración del rito no es una repetición mecánica, una especie de rutina o mera costumbre, pues perdería su verdadero sentido, carecería de energía y terminaría siendo una aburrida formalidad realizada por autómatas. Por el contrario, el verdadero masón hace de cada ritual una ceremonia nueva, significativa y viva. En cada tenida el tiempo se regenera, regenerándonos a su vez a nosotros mismos. Pero esto no podría querer decir jamás que podamos estar proponiendo innovaciones o añadiendo alteraciones a nuestros rituales, pues aunque éstos se adecúan, como decíamos, al tiempo y espacio en que se celebran, deben mantenerse intactos e idénticos en su esencia, pues su antigüedad, es decir su proveniencia de la Tradición Primordial, es lo que les concede su fuerza.

Recordemos, antes de concluir, que una de las cosas que distinguen a un masón real de uno que no lo es, o de otro que lo aparente, aparte del conocimiento de los antecedentes históricos de la Orden y de la doctrina iniciática que a través de los símbolos se transmite, es precisamente la forma justa y perfecta como conoce, práctica y realiza los rituales.

Hagamos un esfuerzo, QQ:. HH:., por conocer las liturgias y realizar nuestros ritos de la mejor manera que nos sea posible. Esa disciplina coadyuvará al perfeccionamiento de nosotros mismos y de nuestra Logia, que pareciera estar esperando que nosotros invoquemos de la manera adecuada, para bañarnos con su Luz.


Notas
Este trabajo fue publicado en Símbolo, Rito, Iniciación. La Cosmogonía Masónica, de Siete Maestros Masones.
1 René Guénon, Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, Eudeba, Buenos Aires, 1976.

EL TALLER. Revista de Estudios Masónicos

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