Pietro Nutrizio
Uno de nuestros lectores nos ha escrito pidiéndonos información acerca de la vida de René Guénon, así como también algunas aclaraciones respecto del desarrollo de su obra como expositor en Occidente de las doctrinas tradicionales de Oriente. Recibimos con gusto este pedido y trataremos de dar alguna información sobre la vida de este escritor, como nos veremos obligados a veces a llamarlo, aun sabiendo que este apelativo nunca fue de su agrado, quizá porque lo asociaba a muchas personas cuya independencia de juicio está lejos de ser demostrada en todos los casos. Acompañaremos estas informaciones con algunas consideraciones de carácter general a propósito del interés que pueden tener las noticias biográficas desde el punto de vista tradicional, y en un próximo número continuaremos, si nos es posible, tomando en consideración la obra de René Guénon en sus diversos aspectos.
René Guénon, hijo único de Jean-Baptiste, arquitecto, y de Anna-Léontine Jolly, nace en Blois el 15 de noviembre de 1886. Transcurre en esta ciudad una infancia y una adolescencia totalmente normales, recibiendo la primera educación de su tía materna, institutriz, y continuándola luego en la escuela de Notre-Dame des Aydes, conducida por religiosos. En 1902 pasa al Colegio Augustin-Thierry y al año siguiente se recibe de bachiller «ès lettres-philosophie».
En 1904 se dirige a París, para seguir un curso académico de matemáticas superior en el colegio Rollin. Sin embargo, en 1906 aproximadamente interrumpe sus estudios universitarios, a causa, se dice, de su salud, que según parece ya era bastante delicada desde la infancia. En el ínterin, se había establecido en la calle Saint-Louis-en-l’Ile nº 51, domicilio que mantuvo por varios años.
Después de la interrupción de los estudios académicos comenzó para René Guénon un período rico en encuentros y fecundo en escritos; sin embargo, es en extremo difícil recoger testimonios seguros sobre sus relaciones, complejas, y generadas frecuentemente por motivos que tenían una relación directa con el desarrollo de su obra escrita, en particular en su aspecto de clarificación y condena de las pseudo-doctrinas ocultistas y «teosofistas».
En el período que va de 1906 a 1909 René Guénon frecuenta la «Escuela Hermética», dirigida por Papus, y se hace admitir en la Orden Martinista y en otras organizaciones colaterales. En el congreso espiritualista y masónico de 1908 en el que participa en calidad de secretario de despacho, entra en relación con Fabre des Essarts, «patriarca» de la «Iglesia Gnóstica», en la cual lleva el nombre de Synesius. René Guénon ingresa en esta organización con el nombre de Palingenius. Aquí conoce a dos personajes de notable apertura mental: Léon Champrenaud (1870-1925) y Albert Puyou, conde de Pouvourville (1862-1939), el primero entraría mas tarde en el Islam con el nombre de Abdul-Haqq, el segundo un ex-oficial del ejército francés que durante su destino en Extremo Oriente había sido admitido -caso más bien único que raro para un occidental- en ambientes taoístas. Siempre en este mismo período se produce la formación de una «Orden del Templo», dirigida por Guénon; esta organización tendrá una vida breve, pero costará a su fundador el ser excluido de los grupos dirigidos por Papus. También es de este período la admisión de René Guénon a la Logia masónica Thébah, dependiente de la Gran Logia de Francia, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Es 1908 el año al que algunos hacen remontar el encuentro de Guénon con calificados representantes de la India tradicional.
En 1909 funda la revista La Gnose, donde aparecerán su primer escrito, intitulado El Demiurgo, artículos sobre Masonería y, lo que es más importante en cuanto que demuestra cómo las doctrinas orientales ya habían sido completamente asimiladas por él en esta época (contaba entonces 23-24 años), las primeras redacciones de El Simbolismo de la Cruz, El Hombre y su devenir según el Vêdânta y Los Principios del cálculo infinitesimal. A fines de 1910 conoce a John Gustaf Agelii, pintor sueco devenido musulmán con el nombre de Abdul-Hadi cerca de 1897, y vinculado al Tasawwuf (esoterismo islámico) por el Sheikh Abder-Rahmân Elish el Kebir.
La revista La Gnose deja de publicarse en febrero de 1912. El 11 de julio del mismo año René Guénon se casa en Blois con la Srta. Berthe Loury y, en ese mismo año, entra en el Islam. A los años 1913-1914 se remonta su encuentro con un hindú, el Swami Narad Mani, quien le procura una documentación sobre la «Sociedad Teosófica» que le servirá probablemente, en parte, para la redacción del estudio sobre la organización en cuestión. Entre los años 1915 a 1919 es suplente en el colegio de Saint-Germain- en-Laye, reside en Blois (donde muere su madre en 1917) y es profesor de filosofía en Sétif (Argelia). Retorna a Blois y luego a París.
En 1921 se produce la publicación de sus primeros dos libros: Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes y El teosofismo, o historia de una seudo religión, mientras que en 1923 aparece El error del espiritismo (L’Erreur Spirite). En 1924 (y hasta 1929) da lecciones de filosofía en el curso Saint-Louis; en este año tiene lugar una conferencia de prensa en la cual participa junto a Ferdinand Ossendowski (polaco, autor de una crónica de viaje a través de Mongolia y el Tibet que había despertado un cierto interés algunos años antes), Gonzague Truc, René Grousset, y Jacques Maritain. También en 1924 aparece la obra Oriente y Occidente. El año 1925 ve su colaboración con la revista católica Regnabit, dirigida por el R. P. Anizan, que le había sido presentado por el arqueólogo Louis Charbonneau Lassay, de Loudun (la colaboración con esta revista cesará pronto, en 1927). Siempre en 1925 aparecen los libros El hombre y su devenir según el Vêdânta y El esoterismo de Dante. En 1927 aparecen El Rey del Mundo y La Crisis del Mundo Moderno.
El 15 de enero de 1928 fallece su esposa. En este mismo año comienza su colaboración regular con la revista Le voile d’Isis, la que desde 1933 tomará el título de Études Traditionelles. De 1929 es el libro Autoridad espiritual y poder temporal y el breve estudio sobre San Bernardo. En 1930 parte para El Cairo, donde se establecerá definitivamente, desposando en 1934 a la hija del Sheikh Mohammed Ibrahim, con la que tuvo cuatro hijos (dos varones y dos niñas), uno de ellos póstumo.
Todos sus otros libros fueron entonces compuestos en el período de su estadía en Egipto, período que va de 1930 a 1951, año en el que muere, el día 7 de enero. Las fechas de publicación de sus obras son las siguientes:
1931: El simbolismo de la Cruz.
1932: Los estados múltiples del Ser.
1939: La metafísica oriental (Texto de una conferencia brindada en la Sorbona en 1925).
1945: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos.
1946: Consideraciones sobre la iniciación. (Recopilación y adaptación de artículos aparecidos desde 1932 a 1939 en la revista Études Traditionelles).
1946: Los principios del cálculo infinitesimal.
1946: La gran Tríada.
Después de su muerte fueron impresas algunas recopilaciones de sus artículos, reunidos según diversos criterios conforme la intención de los distintos presentadores.
1953: Iniciación y realización espiritual. (En la intención de quien la preparó es la continuación de Consideraciones sobre la iniciación ).
1954: Consideraciones sobre el esoterismo cristiano. (Recopilación de estudios relacionados con la tradición cristiana).
1962: Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. (Recopilación de 75 artículos sobre varios temas, cubriendo los aspectos más diversos del simbolismo tradicional).
1964: Estudios sobre La Francmasonería. (Recopilación de gran parte de los escritos de René Guénon sobre temas masónicos, comprendiendo las reseñas de libros y revistas referidos a la Masonería y sus símbolos, publicados en la revista Études Traditionelles). **
De esta breve reseña biográfica es fácil darse cuenta cuán poco se conoce de la vida privada de René Guénon. Además es necesario precisar que también aquello que se sabe sobre los acaecimientos a los cuales se ha hecho referencia, así como de la parte que él tuvo en ellos, es casi en su totalidad el fruto de reconstrucciones inseguras, a las que se entregó la curiosidad de ciertos ambientes, despertada sólo después de su muerte, cuando faltó su presencia siempre vigilante para evitar intromisiones indebidas en una esfera que él consideraba, y con buena razón, que no debía interesar a nadie excepto a él mismo y a su familia.
«Lo que verdaderamente importa cuando se trata de un punto de vista doctrinal», escribía en efecto Guénon en una de sus obras[1], no son por cierto, «las cuestiones específicas respecto de esta o aquella persona, cuestiones a menudo desagradables o al menos inútiles». A su vez, agregaba, «es extraordinario ver las dificultades que experimentan la mayoría de los occidentales para darse cuenta que las consideraciones de este género no agregan nada absolutamente ni a favor ni en contra de una teoría». Y si es verdad, como lo es, que «esto demuestra el extremo hasta el cual han llevado el individualismo intelectual junto con el sentimentalismo, del cual es inseparable», todavía más extraordinario es que, después de una apreciación de este género sobre el valor de las curiosidades biográficas en el campo de la intelectualidad pura, a alguien que ni siquiera estaba en el grupo de sus detractores, le haya parecido bien, luego de su desaparición, el publicar hasta un libro sobre su vida[2]. Es verdad que entre las tendencias decadentes del mundo actual, además del individualismo intelectual y el sentimentalismo, también encuentra su lugar el insuperable impulso por transformar en dinero cualquier información que se crea capaz de interesar al «gran público»[3]. En este caso, sin embargo, y aceptando esto como una justificación, que en sí misma ciertamente no lo es, ¿qué explicación se puede encontrar luego a la increíble tentativa de querer hacer pasar como «simple», a los ojos del público, la vida de este escritor, si no el «simplismo» mismo de quien fue el autor de tal biografía, simplismo que, bien en conformidad con el espíritu de la época, querría que no existe aquello que no se ve?
En fin, quizá el nacer en una tradición occidental y en una familia de la burguesía media y el morir en una tradición oriental, y el haber desposado primero a una joven dama de la buena sociedad francesa y finalmente a la hija de un Sheikh de ascendencia árabe noble, ¿no constituyen ya de por sí acontecimientos exteriores aceptablemente «excepcionales» para cualquiera, en particular para un hombre cuya seriedad, sin tomar en cuenta sus otras eminentes cualidades, es reconocida por todos, tanto detractores como apologistas?
Por otra parte, para encontrar explicaciones sobre este punto no hay más que preguntar ¡qué piensan de la «simplicidad» de una vida real y plenamente tradicional, en el sentido profundo indicado por Guénon, aquellos que en Occidente han sido atraídos hacia ella, cualquiera sea la tradición en la que hayan podido integrarse y sea cual fuere el nivel al que haya podido llegar su integración! Por nuestra parte pensamos que no es sin una razón que, en la doctrina del Tasawwuf (al cual se sabe que Guénon pertenecía, y no sólo al Islam exotérico, como muchos parecen creer ingenuamente), la guerra exterior, aun legitimada por fines tradicionales, es definida, respecto de aquello a lo cual nos referimos, solamente como una «pequeña guerra santa».
Pero aún si esto es verdad, y si la verdadera vida de René Guénon, con su lucha y sus inauditos actos de silencioso coraje –quien lo haya conocido personalmente pudo a veces sentir los ecos– nadie la conocerá jamás en sus detalles porqué así él lo quiso, todo esto no tiene verdaderamente ninguna importancia, porque aquello que realmente cuenta y que nos debía venir de él, o como él habría ciertamente preferido, a través de él, lo tenemos delante de los ojos: son los más de veinte libros, los artículos, las reseñas, las innumerables cartas a aquellos que diariamente le escribían haciéndole las preguntas más vitales o más insignificantes y a las cuales siempre respondía con la más escrupulosa seriedad y exactitud. Aquella obra, en otras palabras, y para usar un lenguaje apreciado por algunos, que es manifiestamente el producto del «amor» por sus semejantes de un hombre de quien de diversas partes ha sido dicho, y en especial por quien parece creer más o menos en buena fe poseer el monopolio de la «caridad», que «carecía de amor».
Esta obra, por cierto no «construida sobre la arena», o bien sobre hipótesis más o menos gratuitas como la casi totalidad de aquellas, filosóficas o científicas, a las cuales está exclusivamente habituada la mentalidad moderna, contiene por otra parte en sí también los únicos datos biográficos de su autor que tienen real importancia a fin de comprenderla. Entendemos referirnos aquí, a la alusión que René Guénon hace por ejemplo, en la introducción de Oriente y Occidente, al «estudio de las doctrinas orientales» el cual le ha permitido «percibir los defectos del Occidente y la falsedad de las ideas que están en curso en el mundo moderno», y a la declaración explícita, con la que prosigue, de haber encontrado «en estas doctrinas, y solamente en ellas, ... cosas de las cuales el Occidente no nos ha ofrecido nunca el mínimo equivalente». Entendemos referirnos también a esta aún más explícita afirmación contenida en el capítulo Entendimiento y no fusión de la misma obra: «...por sí misma, la procedencia de una idea es independiente de los hombres que la han expresado bajo una u otra forma; … por otra parte, puesto que no tenemos la pretensión de haber asimilado solos y sin ninguna ayuda las ideas que sabemos son verdaderas, creemos que es bueno decir por quién ellas nos han sido transmitidas, tanto más que de tal manera podemos indicar a otros en qué dirección pueden dirigirse para a su vez encontrarlas; y, de hecho, estas ideas nosotros las debemos exclusivamente a los orientales»
Luego de lo cual, no logramos absolutamente comprender cómo se puede malinterpretar esta última alusión a su vida, quizás la más importante de toda la obra de Guénon: «Por otra parte, todo aquello que digamos y hagamos hará que aquellos que vengan a continuación encuentren facilidades que nosotros, en lo que nos toca, no hemos encontrado», de modo que «en suma no hay razón, para que no haya otros que hagan aquello que nosotros mismos hemos hecho»[4].
Para nosotros, y para todos aquellos que como nosotros todavía no hayan llegado a «dar más peso a los hechos que a las ideas», estos son los únicos datos biográficos que tienen sentido; y decimos esto a la vista y consentimiento de tal comentarista que, en su pía tentativa de aportar su contribución a la obra de «simplificación» de la vida de nuestro Autor, compiló, para su pequeño libro en el que acumuló exterioridades de las que ya hemos hecho fugaz mención, una conclusión en la cual encontró la forma de insertar modos de ver que van netamente en sentido contrario de la dirección general de búsqueda hacia el Oriente que René Guénon imprimió a toda su obra ♦
* Artículo publicado en la Rivista di Studi Tradizionali Nº 19, Abril-Junio 1966.
** N. del T.: Posteriormente a la aparición del presente artículo (1966) fueron publicados:
1968: Estudios sobre el Hinduismo.
1970: Formas tradicionales y ciclos cósmicos.
1973: Sobre el Esoterismo islámico y el Taoísmo.
1973: Reseñas (Comptes rendus).
1976: Misceláneas (Mélanges).
[1] Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, Últimas observaciones.
[2] La vie simple de René Guénon, Chacornac Frères, París.
[3]A tal fin, y siempre en lo que se refiere a la vida de René Guénon, debemos denunciar aquí otro abuso, cumplido en estos días. En el número del Figaro littéraire del día 21 de abril de 1966 ha aparecido la crítica del libro Les gens du blâme, de Yves y Marie Camicas, publicado por la editorial «Planète», en el cual aparece un personaje, sedicente maestro espiritual, que es calificado sin ambages de «figura más bien repugnante» (assez répugnant bonhomme).
Ahora bien, si bien los autores del libro han tenido expreso cuidado de afirmar que, puesto que se trataba de una novela, los personajes no podían ser sino imaginarios, no es difícil reconocer, en este «maestro espiritual», las características de alguien sobre cuya existencia estamos bien al corriente y cuya «función», ésta sí, es en cambio, sobre todo imaginaria. Pero lo que es más repugnante, y lo que nos importa aquí antes que nada, es el modo en que ha sido introducida en este deshonesto asunto la figura de René Guénon, y, lo que es peor, su obra.
En la reseña en cuestión se sostiene en efecto (citando un largo pasaje del libro como si se tratase de un hecho irrefutable) que René Guénon fue inspirado por este «maestro», y hasta se deja entender que la «doctrina» de este último excedía ampliamente la capacidad intelectual de su pretendido «discípulo». Para colmo, todo es corroborado por una fotografía de Guénon, en la boca del cual se ha puesto, en una leyenda, una absurda y falsa afirmación que evidentemente en la intención del redactor de la reseña debería poner en discusión, o hacer caer en el ridículo, los fundamentos mismos de su enseñanza tradicional.
Similares innobles procedimientos de alteración consciente y grosera de la verdad para fines ciertamente no muy limpios seguramente no son nuevos, y ya durante su vida René Guénon debió hacer frente muchas veces a falsías de este género. Los lectores del Figaro littéraire que conocen directamente la obra de nuestro Autor no serán alcanzados por estas bajas maquinaciones, cuyo modo de presentarse es el signo más seguro de un origen muy sospechoso; ¿y el «gran público»? Resulta evidente por otra parte que es a este último a quien se dirige el autor de la reseña de la cual nos ocupamos, ya que su «estilo» no es ciertamente tal como para poder ser apreciado por lectores de buen gusto.
Ahora bien, aun si sabemos que el «gran público» era propiamente la última cosa por la cual se preocupaba R. Guénon, consideramos que la verdad, aun solamente histórica como en este caso, tiene derechos que es justo defender ante todos. Por esto nos sentimos obligados a protestar formalmente contra esta venenosa insinuación que la ambigüedad de la «cobertura» novelesca hace aún más deshonesta.
[4] Oriente y Occidente, Conclusión.
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