Capítulo XIII de Initiation et Réalisation Spirituelle
No se trata de discutir la relativa utilidad de las ceremonias, en tanto que éstas, añadiéndose accidentalmente a los ritos, los tornan, en un período de oscurecimiento espiritual, más accesibles a la generalidad de los hombres, a los que de alguna manera preparan así para recibir los efectos de aquéllos, que ya no pueden ser alcanzados inmediatamente más que por medios totalmente exteriores como esos. Aún es necesario, para que este papel de "ayudantes" sea legítimo, e incluso para que pueda ser verdaderamente eficaz, que el desarrollo de las ceremonias se mantenga dentro de ciertos límites, sobrepasados los cuales más bien se corre el riesgo de que tengan consecuencias completamente opuestas. Es esto lo que se ve demasiado a menudo en el estado actual de las formas religiosas occidentales, en donde los ritos acaban verdaderamente por ser asfixiados por las ceremonias; en semejante caso, no solamente se toma demasiado a menudo lo accidental por lo esencial, lo cual da nacimiento a un formalismo excesivo y vacío de sentido, sino que el "espesor" mismo del revestimiento ceremonial, si así puede decirse, opone, a la acción de las influencias espirituales, un obstáculo que se encuentra lejos de ser despreciable; se da aquí un auténtico fenómeno de "solidificación", en el sentido en que hemos tomado esta palabra en otra parte(2), que concuerda bien con el carácter general de la época moderna.
Este abuso, al que puede darse el nombre de "ceremonialismo" es, a decir verdad, una cosa propiamente occidental, y esto es fácil de comprender; en efecto, las ceremonias siempre dan la impresión de algo excepcional, y comunican esa apariencia a los ritos mismos a los que llegan a superponerse; ahora bien, cuanto menos tradicional es una civilización en su conjunto, más se acentúa la separación entre la tradición, en la disminuida medida en que aún subsista ésta en aquélla, y todo el resto, que se considera entonces como puramente profano y constituye lo que se ha convenido en llamar la "vida ordinaria", sobre la cual ya no ejercen ninguna influencia efectiva los elementos tradicionales. Resulta muy evidente que esta separación nunca se ha llevado tan lejos como entre los occidentales modernos; y, al decir esto, queremos hablar naturalmente de aquéllos que todavía han conservado algo de su tradición, pero que, fuera de la parte limitada que conceden en su vida a la "práctica" religiosa, no se distinguen de los demás de ninguna otra manera. En estas circunstancias, todo lo que depende de la tradición reviste forzosamente, en relación con el resto, un carácter de excepción, acentuado precisamente por el despliegue de ceremonias que lo rodea; así, aun admitiendo que hay en ello algo que en parte se explica por el temperamento occidental, el cual corresponde a una clase de emotividad que lo hace más particularmente sensible a las ceremonias, no es menos cierto que hay para ello razones de orden más profundo, en estrecha conexión con el extremo debilitamiento del espíritu tradicional. Es de señalar también, en el mismo orden de ideas, que los occidentales, cuando hablan de cosas espirituales o que consideran tales con razón o sin ella(3), se creen siempre obligados a adoptar un tono solemne y aburrido, como para mejor señalar que esas cosas nada tienen en común con las que constituyen el tema habitual de sus conversaciones; sea lo que fuere lo que piensen de ello, es seguro que esa afectación "ceremoniosa" no tiene ninguna relación con la seriedad y la dignidad que conviene observar en todo lo que es de orden tradicional, las que no excluyen en absoluto la más perfecta naturalidad y la mayor sencillez de actitud, como aún se lo puede ver hoy en Oriente(4).
Hay otro aspecto de la cuestión del que no hemos dicho nada anteriormente, y sobre el que también nos parece necesario insistir un poco: queremos hablar de la conexión que existe, para los occidentales, entre el "ceremonialismo" y lo que puede llamarse el "esteticismo". Por este último término, entendemos naturalmente la especial mentalidad que procede del punto de vista "estético"; éste, en primer lugar y más propiamente se aplica al arte, pero poco a poco se extiende a otros dominios y acaba por afectar con un "tinte" particular la manera que tienen los hombres de considerar todas las cosas. Se sabe que la concepción "estética", como por lo demás indica su nombre, es aquella que pretende reducirlo todo a una simple cuestión de "sensibilidad"; esta es la concepción moderna y profana del arte, que, como A. K. Coomaraswamy ha demostrado en numerosos escritos, se opone a su concepción normal y tradicional; esa concepción elimina toda intelectualidad, incluso podría decirse toda inteligibilidad, de aquello a lo que ella se aplica, y lo bello, muy lejos de ser el "esplendor de lo verdadero" tal y como se lo definía antiguamente, se reduce en la misma a no ser más que lo que produce un cierto sentimiento de placer, luego algo puramente "psicológico" y "subjetivo". Es fácil comprender así cómo se encuentra ligada la afición a las ceremonias con esta manera de ver, dado que las ceremonias no tienen precisamente otros efectos que los de dicho orden "estético", ni podrían tener otros; al igual que el arte moderno, son algo que no hay que intentar comprender y en donde no hay ningún sentido más o menos profundo que penetrar, algo para lo que tan sólo basta dejarse "impresionar" de modo totalmente sentimental. Todo ello, en el ser psíquico, no toca pues mas que la parte más superficial e ilusoria de todas, aquella que varía, no solamente de un individuo a otro, sino también en el individuo mismo según sus propensiones del momento; ese dominio sentimental es, bajo todos los aspectos, el tipo más completo y extremo de lo que podría llamarse la "subjetividad" en estado puro(5).
Lo que decimos de la afición a las ceremonias propiamente dichas se aplica también, por supuesto, a la excesiva y de alguna manera desproporcionada importancia que algunos atribuyen a todo lo que es "decorado" exterior, llegando a veces, y ello incluso en las cosas de orden auténticamente tradicional, hasta a querer hacer de este accesorio contingente un elemento totalmente indispensable y esencial, exactamente tal como otros se imaginan que los ritos perderían todo su valor si no fuesen acompañados de ceremonias más o menos "imponentes". Quizá aquí aún sea más evidente que es de "esteticismo" de lo que en el fondo se trata, e, incluso cuando quienes de ese modo se apegan al "decorado" aseguran que es a causa del significado que reconocen en él, no estamos seguros de que no se ilusionen a menudo con ello, y de que no se sientan atraídos sobre todo por algo mucho más exterior y "subjetivo", por una impresión "artística" en el sentido moderno de la palabra; lo menos que se puede decir es que la confusión de lo accidental con lo esencial, la cual sigue presente de todas maneras, es siempre signo de una comprensión muy imperfecta. Así, por ejemplo, entre aquéllos que admiran el arte de la Edad Media, aun cuando se persuadan sinceramente de que su admiración no es simplemente "estética", como lo era la de los "románticos", y de que el motivo principal de ella es la espiritualidad que se expresa en dicho arte, dudamos que haya muchos que lo comprendan verdaderamente y que sean capaces de hacer el esfuerzo necesario para verlo de otro modo que no sea con ojos modernos, es decir, para situarse auténticamente en el estado de espíritu de quienes realizaron ese arte y de aquellos a quienes iba destinado. En los que gustan de rodearse de un "decorado" de esa época, se encuentra casi siempre, en grado más o menos acentuado, si no la mentalidad propiamente hablando, sí al menos la "óptica" de los arquitectos que producen "neogótico", o de los pintores modernos que intentan imitar la obra de los "primitivos". Siempre hay en esas reconstituciones algo artificial y "ceremonioso", algo que, podría decirse, "suena a falso" y que más bien recuerda a la "exposición" o al "museo" que evoca el uso verdadero y normal de las obras de arte en una civilización tradicional; para decirlo en una palabra, se tiene claramente la impresión de que el "espíritu" está ausente de ella(6).
Lo que acabamos de decir respecto a la Edad Media con objeto de ofrecer un ejemplo tomado del interior del propio mundo occidental, también podría decirse, y con mayor razón, en los casos en que se trata de un "decorado" oriental; es muy raro en efecto que éste, incluso aunque esté compuesto por elementos auténticos, no represente sobre todo, y en tanto que "conjunto", la idea que los occidentales se hacen de Oriente, y que no tiene sino relaciones muy lejanas con lo que es verdaderamente el Oriente mismo(7). Esto nos lleva todavía a precisar otro punto importante, y es que, entre las múltiples manifestaciones del "esteticismo" moderno, conviene hacer un lugar aparte al gusto por el "exotismo", que tan frecuentemente se constata entre nuestros contemporáneos y que, cualesquiera que sean los diversos factores que han podido contribuir a difundirlo y que sería demasiado largo de examinar aquí en detalle, se reduce también en definitiva a una cuestión de "sensibilidad" más o menos "artística" ajena a cualquier comprensión verdadera, y desgraciadamente, en quienes no hacen mas que "seguir" e imitar a los otros, hasta a una simple cuestión de "moda", tal como ocurre por demás en el caso de la afectada admiración por tal o cual forma de arte, y que varía de un momento a otro al capricho de las circunstancias. El caso del "exotismo" nos toca en cierta manera más directamente que cualquier otro, porque es muy de temer que demasiado a menudo el mismo interés que algunos manifiestan por las doctrinas orientales se deba a dicha tendencia; cuando ello es así, es evidente que no se trata mas que de una "actitud" puramente exterior que no conviene tomar en serio. Lo que complica las cosas es que esa misma tendencia también puede mezclarse a veces, en mayor o menor proporción, con un interés mucho más real y sincero; este caso ciertamente no es tan desesperado como el otro, pero entonces, de lo que es necesario darse cuenta, es de que no se podrá acceder a la verdadera comprensión de la doctrina que fuere mas que cuando haya desaparecido por completo la impresión de "exotismo" que ella haya podido producir al comienzo. Esto puede exigir un esfuerzo preliminar bastante considerable e incluso penoso para algunos, pero estrictamente indispensable si es que quieren obtener algún resultado válido de los estudios que han emprendido; si la cosa resulta imposible, lo cual naturalmente ocurre algunas veces, es que se trata de occidentales que, por el hecho de su especial constitución psíquica, nunca podrán dejar de serlo, y que, por consiguiente, harían mucho mejor en seguir siéndolo completa y francamente, y renunciar a ocuparse de cosas de las que no pueden obtener ningún provecho real, pues, hagan lo que hagan, éstas siempre se situarán para ellos en "otro mundo" sin relación con aquél al que de hecho pertenecen y del que son incapaces de salir. Añadiremos que estas observaciones adquieren una importancia muy particular en el caso de los occidentales de origen que, por una u otra razón, y sobre todo por razones de orden esotérico e iniciático, las únicas que en resumen podríamos considerar como verdaderamente dignas de interés(8), han decidido afiliarse a una tradición oriental; en efecto, hay ahí una verdadera cuestión de "cualificación" que se plantea para ellos, y que, en todo rigor, debería constituir el objeto de una especie de "prueba" previa antes de acceder a una afiliación real y efectiva. En todo caso, e incluso en las condiciones más favorables, es necesario que se persuadan bien de que, mientras le encuentren la menor característica "exótica" a la forma tradicional que hayan adoptado, ésa será la prueba más indiscutible de que no han asimilado verdaderamente dicha forma y de que, cualesquiera puedan ser las apariencias, ella sigue siendo para ellos exterior a su ser real y no lo modifica más que superficialmente; es éste en cierto modo uno de los primeros obstáculos que encuentran en su vía, y la experiencia obliga a reconocer que, para muchos, quizá no sea el menos difícil de superar.
1. Ver Apreciaciones sobre la Iniciación, cap. XIX.
2. Ver El Reino de la cantidad y los Signos de los Tiempos.
3. Hacemos esta salvedad debido a las múltiples falsificaciones de la espiritualidad que tienen curso entre nuestros contemporáneos; pero basta con que ellos estén persuadidos de que se trata de espiritualidad o con que quieran persuadir de ello a los demás para que la misma observación se aplique en todos los casos.
4. Esto es particularmente manifiesto en el caso del Islam, que comporta naturalmente muchos ritos, pero en donde no podría encontrarse una sola ceremonia. Por otra parte, en el mismo Occidente, puede constatarse, por lo que se ha conservado de los sermones de la Edad Media, que los predicadores, en esa época verdaderamente religiosa, no desdeñaban de ningún modo el emplear un tono familiar e incluso a veces humorístico. Un hecho bastante significativo es la desviación que el uso corriente ha hecho sufrir al sentido de la palabra "pontífice" y sus derivados, que, para el occidental común que ignora su valor simbólico y tradicional, han llegado a no representar otra idea que la del "ceremonialismo" más excesivo, como si la función esencial del pontificado fuera, no el cumplimiento de ciertos ritos, sino el de ceremonias particularmente pomposas.
5. No tenemos que hablar aquí de algunas formas del arte moderno, que pueden producir efectos de desequilibrio e incluso de "desagregación" cuyas repercusiones son susceptibles de extenderse mucho más lejos; no se trata ya entonces solamente de la insignificancia, en el sentido propio de la palabra, que tiene que ver con todo lo que es puramente profano, sino de una verdadera obra de "subversión".
6. Señalaremos ocasionalmente, en el mismo orden de ideas, el caso de las fiestas llamadas "folklóricas", que tan de moda están hoy día: estos ensayos de reconstitución de antiguas fiestas "populares", incluso cuando se apoyan en la documentación más exacta y la erudición más escrupulosa, tienen inevitablemente un aire irrisorio de "mascarada" y de grosera falsificación, que puede hacer creer en una intención "paródica" que sin embargo ciertamente no existe en sus organizadores.
7. Para tomar un ejemplo extremo y por eso mismo más "tangible": las obras de la mayor parte de los pintores llamados "orientalistas" solamente demuestran demasiado bien lo que puede producir la "óptica" occidental aplicada a las cosas de Oriente; no es dudoso que hayan tomado como modelos a personajes, objetos y paisajes orientales, pero, como no los han visto más que de una manera totalmente externa, el modo en que los han "plasmado" vale poco más o menos lo que las realizaciones de los "folkloristas" de los que hablábamos hace un momento.
8. Ver a este respecto "A propósito de 'conversiones'". (Cap. XII en Iniciación y Realización Espiritual).
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