LAS SIETE ARTES

ALDO LAVAGNINI

Las siete artes liberales, que formaban antaño la base tradicional de la cultura, tienen su lugar en la Masonería, en QOÍJUO se las interpreta de acuerdo con la tradición iniciática que con ellas indudablemente se relaciona, desde remotísima antigüedad.
Ya hemos visto cómo hace referencia a ellas también el dis¬curso de Anderson que precede la Constitución de 1723, relacio¬nándolas con la Arquitectura, en la quo deben encontrar su apli¬cación constructiva. Pues, como bien sabemos, este Arte de la Construcción (que se identifica con la Masonería), tiene infinitas aplicaciones en todos los campos de la vida y de la actividad, em¬pezando por el propio ser interior del hombre y su manifestación en la vida orgánica y social.
Dichas artes o ciencias (son ambas a la vez) se dividen en dos grupos, constituyendo lo que se llama simbólicamente el trivium (Gramática, Lógica y Retórica) y el quadrivium (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía). Se trata, por lo tanto, de un septenario que resulta de la suma de tres y cuatro, o sea de aquellos mismos números que se suelen usar como valores de los catetos del triángulo rectángulo, en relación con el cinco como valor de la hipotenusa.
En este caso, el número 5 representa las facultades intelectuales (simbolizadas por la estrella) que se aplican al trivium y al quadrivium, y cuyo máximo desarrollo (su cuadro) resulta pre¬cisamente de la suma de la extensión comprensiva de aquéllas.
5X5 =3X3 +4X4
La primera, la Gramática (del griego gramma "grabado, signo, letra") es, fundamentalmente, el estudio de los signos símbolos y letras de toda naturaleza, aprendiendo a conocerlos y distinguirlos uno de otro, para luego meditar y esforzarse por comprender su respectivo significado y valor,
Desde la invención del alfabeto —hace tres o cuatro mil años a lo sumo— los signos simbólicos necesarios para transcribir la lengua hablada se han reducido considerablemente, de manera que el estudio de la gramática literal no es hoy tan pesado como una vez (y como sigue siéndolo aún todavía, por ejemplo, para los chinos). Por esta razón el término griego de gramática y su equivalente latino de literatura han variado considerablemente su sentido. Sin embargo, la simbología (palabra moderna que substituye esas dos palabras antiguas, a su vez acuñadas como aproximado equivalente del semítico sepherat, del que deriva directamente nuestra palabra "cifra")) es aún al día de hoy una disciplina importante, y el propio fundamento del secreto masónico.
La enseñanza de la Masonería —y, puede decirse, también la de la naturaleza" y de la vida— es, pues, esencialmente simbólica, o sea oculta dentro de símbolos y alegorías, que tienen el objeto de expresarla y revelarla. De aquí que la primera etapa necesaria para llegar a comprender y practicar este arte —oculto en sus símbolos tradicionales, reconocidos como tales desde los orígenes de la humanidad, y transmitidos fielmente a través de las suce¬sivas razas y civilizaciones— consiste en aprenderlos, familiari¬zándose con ellos según mejor lo puede cada cual, según la propia comprensión y el discernimiento, tratando así de descubrir todos sus actuales y posibles sentidos.
Así como las cifras constituyen el lenguaje de la matemática, los emblemas arquitectónicos y los instrumentos de la construc¬ción lo mismo que otros símbolos iniciáticos de distinto origen que nos conserva la tradición, forman el lenguaje masónico, en¬tendido para expresar el Arte Real de la Vida. Todo instrumento manual representa un correspondiente instrumento interior o fa¬cultad, que es, al mismo tiempo, un principio cósmico y humano, según lo hemos visto anteriormente (Indriya y Tanmatra), Además tiene una enseñanza práctica, moral y operativa, que puede constantemente aplicarse a la vida, para elevarla, ordenarla y ennoblecerla, resolviendo armónicamente todo aparente conflicto y desarmonía en las relaciones del individuo con su medio y con el mundo en general.
El estudio de este lenguaje es la Gramática iniciática, por medio de la cual se aprende a relacionar de la manera más justa y correcta la forma exterior con la idea interior, y el símbolo con su "significado" que es el elemento espiritual del que recibe per¬manencia, substancia y valor. Cada símbolo, es, pues, literalmente la encarnación de un verbo ideal', o sea el místico Verbo Divino que se ha hecho carne en la forma simbólica que nos lo hace percibir y comprender: la expresión de una idea más directa, general y universal de lo que sean tales nuestras palabras escritas y habladas, una expresión que tiene intrínsecamente el poder misterioso atribuido a los talismanes.
Desde el punto de vista iniciático, toda forma geométrica, toda figura, y también las cosas externas, pueden considerarse como símbolos de ideas espirituales, que por medio de aquéllas se revelan a la comprensión unida con el discernimiento. Así, tienen valor simbólico —en cuanto sirven para revelar y afirmar las ideas abstractas— las cifras matemáticas y las letras de cual¬quier alfabeto en donde, junto con el elemento fonético y el valor aritmético, siempre se encierra alguna idea o concepto con¬creto p abstracto, asociado de una manera natural e inseparable con la forma que afecten.
Por lo tanto, todos los alfabetos son simbólicos, además de ser fonéticos, y pueden considerarse, en unión con las diez cifras, como verdaderas categorías o catálogos ideales, de las cuales el mismo concepto básico de la enciclopedia constituye una evidente aplicación.
Así, por ejemplo, la letra A nos muestra el delta o triángulo, que deriva del ángulo por medio de una línea horizontal, y por ende indica el principio natural de toda cosa y de toda creación o producción: el alfa de las cosas. La B, representando los dos labios, nos da la idea general de expresión; además, considerándola formada ¡por dos elementos sobrepuestos, nos presenta el concepto de sobreponer, construir, elevar, edificar, y el resultado de tales actividades: un edificio o construcción. De la misma manera, la gamma griega y la L latina representan una escuadra, y las ideas de juicio y rectitud. La lambda griega y la V latina un compás; laT una Cruz (t) y un martillo, la Z un rayo (el atributo de Zeus-Indra), y así siguiendo.
Ahora, los elementos fundamentales de los que resultan casi todos los símbolos geométricos (entre los cuales pueden incluirse las letras, en su forma occidental son la línea v el círculo, que precisamente simbolizan la primera y última cifra (1 y 0) y las letras I y O. En la forma árabe de las cifras, el círculo corres¬ponde con el 5, mientras el cero está representado por el punto, que también debe considerarse como un tercero y fundamental elemento geométrico: el 1 representa evidentemente un dedo y el 5 (en romano V) la mano completa, así como el X indica las dos manos juntas o cruzadas.
Por lo tanto, el estudio de la gramática iniciática comienza naturalmente con la línea recta y termina con el círculo, en que tiene el punto su expresión periférica por medio del compás. La línea y el círculo se hallan íntimamente unidos y relacionados en la columna, cuya superficie resulta de su combinación. De aquí la importancia simbólica de este elemento arquitectónico en la Masonería, por sus varios sentidos y múltiples atribuciones.
Hay dos columnas al occidente de todo templo masónico, a semejanza de las dos columnas puestas por Hércules al occidente del Mediterráneo, e igualmente de aquellas que se levantaban al ingreso del templo salomónico, con cuya edificación se suele enlazar simbólicamente nuestra Institución, aunque sólo representara el tipo general de los templos fenicios de la época. Cada columna tiene un nombre y se representa por medio de una letra simbolizando esas columnas la doble manifestación que resulta por la combinación de la línea con el círculo, según el sentido dextrorso y senestrorso, ascendiente o descendiente, y la fuerza centrípeta o centrífuga que se desarrolla con el movimiento.
Esas dos columnas son también la virtud y la verdad que flan-quean el camino de todo progreso real; el deber y el placer que sólo con él se acompaña durablemente en la senda de la libertad; el estudio y la práctica que deben armonizarse y sostenerse el uno con el otro, así como los pies contribuyen igualmente a dar cada paso. Pero son sobre todo, en virtud de lo que significan sus nombres, Ir. Fe y la Esperanza como aquellas que constantemente sostienen nuestro progreso en el camino de la existencia, mientras el Amor es la fuerza que nos impulsa constantemente hacia ade¬lante.
A semejanza de la columna, que se levanta sobre la tierra de la realidad concreta para dirigirse hacia el cielo de la abstracción y de las más altas aspiraciones individuales, todo símbolo tiene un número indefinido de significados que pueden parangonarse con los círculos que pueden trazarse y señalarse en cada punto de la altura de la columna. Estos significados suben, precisamente, de
la tierra de la observación, que nos da su sentido más objetivo, ma¬terial y exterior, al cielo de la intuición en donde reconocemos su sentido más interior y espiritual. Por lo tanto, el mismo símbolo, en lugar de presentar la verdad en la forma de una estéril y muerta definición dogmática, es para nosotros el manantial viviente de la dicha Verdad, que se nos presenta gradualmente en la forma más apropiada para nuestro progresivo reconocimiento, expresando así para cada uno su Esencia Eterna en palpable actualidad.
Ahora, así como por medio de la gramática estudiamos y cono¬cemos los símbolos en que se expresa el lenguaje eterno de la Verdad, así igualmente por medio de la lógica progresamos y nos elevamos en el reconocimiento de sus significados, desde el más concreto y material hasta el más abstracto y espiritual. La lógica, es, pues, iniciáticamente, el arte de "relacionarnos" y comulgar así interiormente con el Logos o Verbo Ideal que se halla en el principio de todo ser, símbolo y cosa visible o invisible, buscando y encontrando la Verdad latente en sus manifestaciones aparentes.
Así vemos la relación interior entre las diferentes ideas, con¬ceptos y cosas visibles, y se establece como una cadena o lazo de unión que constituye el nexo lógico que nos hace "consabidos" de esa Verdad en sus múltiples aspectos o expresiones. La cadena lógica que así se forma dentro de nosotros, es nuestra comprensión individual de la Cadena Causativa que une la variable manifesta¬ción objetiva con los Principios Eternos y trascendentes que se hallan en el origen de toda existencia temporal.
Hay correspondencia entre las artes que estamos estudiando y las facultades que hemos visto anteriormente en el sentido de que, en cada arte llega a su máximo desarrollo la correspondiente facultad. Así, en la Gramática se encuentra plenamente expresada la percepción, como aquella completa y profunda observación que ve constantemente en lo visible una imagen, expresión y representación de lo invisible y la interna esencia eterna de la objetividad transitoria. Así igualmente en la Lógica se restablece, con el nexo, la memoria que, según una antigua concepción filosófica, no se limita a lo sensible y a la percepción ordinaria, sino que es sobre todo recuerdo o reviviscencia de la Sabiduría espiritualmente latente en nuestro ser, cuyo Logos, así se despierta y se hace patente.
Para los griegos iniciados saber era lo mismo que recordar, y Metis o Mnemósina, como principio de este recuerdo o memoria divina, es la que nos da la Sabiduría verdadera; en cuanto a la
Lógica, como arte, es precisamente la capacidad de relacionarnos internamente con esta Divina Memoria, despertándola por medio del nexo de la misma con los Principios Ideales que reconocemos espiritualmente como verdades.
Pasando de la Lógica a la Retórica, encontramos en ésta la re¬sultante, el complemento y la expresión activa del esfuerzo de con¬centración y acumulación relativamente pasivas, realizado por las dos artes precedentes. Aquí se trata, pues, de expresar y hacer manifiesto como poder constructor ese mismo Logos o Esencia de Verdad, que se ha reconocido en sí, además que en sus símbolos y creaciones.
La misma Retórica se relaciona analógicamente con la facultad por excelencia "constructiva" de la mente: la imaginación, que expresa el poder creativo de la inteligencia —poniendo en actividad su latente potencial— creando nuevas ideas y formando nuevas combinaciones de imágenes, por medio del material que le suministran la percepción y la memoria. Aquello que la imaginación crea en el fuero interior del alma, la retórica lo expresa como palabra creativa.
No debemos, sin embargo, confundir la retórica iniciática con la palabrería, o con el ejercicio puramente formal y exterior de la facultad de la palabra, que es el significado que profanamente se le atribuye. Sólo podemos acercarnos a su sentido verdadero cuando entendamos lo que signifiquen las palabras del Evangelio de Juan que ya hemos citado y explicado: En principio era el Verbo.., por medio de aquél todas las cosas fueron hechas, y sin él ninguna, de las cosas hechas fue hecha.
Iniciáticamente entendida, la Retórica es precisamente el ejercicio de este poder, con el cual el hombre logra asimilarse y cooperar con la Divinidad en su creativa actividad. Toda palabra es creadora, dado que pone en movimiento al poder que tiende a producir, reproducir, atraer, vivificar; o destruir y alejar, aquello mismo que expresa de una manera positiva o negativa. Por esta razón se dice en el evangelio que de todas nuestras palabras "he-mos de dar cuenta en él día del juicio", que es precisamente aquel en el que se nos manifiestan sus efectos, como condiciones, cosas y sucesos de análoga naturaleza. Con ella realmente se ata y desata, tanto en la tierra (el mundo de los efectos) como en el cielo (el mundo interno y trascendente de las causas) y elegimos
constantemente —aunque a menudo inconscientemente— las condiciones y cosas que puedan aparecer en nuestra vida.
Ahora, ese poder puede obrar ya sea de acuerdo con el error que estriba en la ilusión e ignorancia del hombre; o bien, con la verdad, que descansa en el reconocimiento de la Divina y Tras¬cendente Realidad. En el primer caso obrará en forma imper¬fecta y destructiva, procurándose la caterva de los males que llenan el simbólico vaso de Pandora (nuestra imperfecta imagi¬nación), mientras en el segundo, recibiendo y manifestando la Sabiduría, sus resultados se harán siempre más perfectos, armónicos y constructivos.
Con objeto de ejercer, con verdadera eficacia y sabiduría ese don de la palabra, que constituye el arte mágico e iniciático de la Retórica, se impone la disciplina del silencio por medio de la cual aprendemos a controlar nuestras palabras y pensamientos, para cerciorarnos de su carácter respectivamente constructor o destructor, e igualmente si están o no de acuerdo y en armonía con la Verdad, según nuestro más alto discernimiento de la misma. A esto se refiere el signo que constituye el orden del grado de aprendiz, y que resale a la más remota antigüedad, siendo la rectificación de la palabra el primer punto indispensable para adquirir un verdadero control sobre nosotros mismos y sobre nuestra existencia.
Por lo tanto, el Aprendiz, dedicándose especialmente al estudio de la Gramática, que le enseña el valor verdadero de cada letra o signo del Alfabeto Universal de la vida, sólo puede esperar conocer algún rudimento de la. Lógica, y de la Retórica. A estas dos últimas se aplicarán más plenamente los Compañeros y los Maestros, que lograrán dominarlas, iniciándose a las dos partes del quadrivium que les corresponden: los Compañeros, estudiando por medio de la Lógica la Aritmética y la Geometría y los Maestros ejerciendo la Retórica en armonía con las leyes y principios de la Música y de la Astronomía.
Veamos ahora lo que significan, en su aspecto esotérico, estas últimas disciplinas.
La aritmética no es únicamente la ciencia de los números, sino también de los noúmenos, o Principios Eternos anímicos —que se hallan por encima del ritmo del tiempo en el espacio, y por ende, también del Tiempo y del Espacio en sí—. Los unos como los otros existen independientemente de estos dos elementos, que son parte tan inseparable de nuestra vida y experiencia objetiva; por lo tanto, se relacionan con el propio Ser, o con la esencia eterna y substancia inmanente indivisible de todas las cosas, expresando sus propiedades.
Las cifras numéricas, además de expresar los números (que en general sólo conocemos por sus aplicaciones relativas a nuestro dominio y experiencia sensible), indican esos principios eternos y trascendentes que se llaman en la Qabbalah (o tradición semítica) sephirot, palabra que significa precisamente cifras, signos y símbolos, así como letras y libros y que formaban tema de estudio y meditación entre los adeptos de la filosofía o sistema pitagórico¬platónico, así como en las demás tradiciones místicas e iniciáticas orientales.
Ese dominio aritmético de los principios esenciales del Ser, en su aspecto anterior y trascendente al Tiempo y al Espacio, tiene su expresión cosmogónica en el Primer Principio o Divinidad, que los Griegos llamaron Océano —o sea, Esencia Omnipervaden-te
— en correspondencia con las aguas primordiales que aparecen también en el Génesis antes de la creación del cielo o espacio. A ese Principio Supremo, que corresponde al concepto indo de Pa¬rashiva o Parabrahman, se le da como esposa o cualidad caracte¬rística Tetis, o sea la latencia caótica de la Unidad Indiferenciada e inactiva. Con esta divina pareja corresponden en la religión egipcia el dios Nunu y la diosa Nenet, y cerca de los gnósticos la "sizigia" Bythos-Seigé, o sea Profundidad y Silencio.
Con la geometría se pasa del puro dominio del Ser al del Es¬pacio, anterior y trascendente a la existencia del Tiempo. Este "reino" descansa naturalmente sobre el anterior, en el cual tiene su raíz, y por el cual se halla producido o engendrado en y por la Eternidad.
En el Espacio, representado simbólicamente por el cielo (la extensión o firmamento del Génesis) y mitológicamente por el dios de éste, Urano (del indo Varuna "el que encubre y contiene"), tenemos la base eterna de toda manifestación visible. Y en las propiedades geométricas de éste (que simboliza Gea, como esposa de Urano) el molde eterno y la propia Matriz Generadora de todas las formas. A este concepto del Espacio, en que se halla eternamente la-tente toda creación (Urano que mantenía sus hijos ocultos en las entrañas de la tierra o Madre) corresponde el indo de Shiva-Shakti o Sadakhia tatva; y a la divina pareja de Urano-Gea, la egipcia Nut-Qeb y la gnóstica Nous-Ennoia, o sea Inteligencia y Sabiduría.
Así como el Primer Principio se expresa en las Potencialidades Numéricas (los sephirot), así igualmente el del espacio se hace manifiesto en las propiedades de éste, que se distribuyen sobre el círculo, como combinación o multiplicación de la división cuaternaria (los 4 puntos cardinales) por la trinidad de las dimensiones (longitud, anchura y altura). El círculo —emblemático del Espacio y del Cielo— se subdivide así en doce partes que son los hijos de Urano y de Gea o Titea: las potencias titánicas que corresponden también con los doce signos zodiacales (o sus prototipos).
La suma de esta dodécada uránica, con la década oceánica de los números, da como resultado 22, o sea el mismo de las letras del alfabeto egipcio y hebreofenicio. Esto quiere decir que en las dichas letras se quiso expresar y representar simbólicamente los diez principios aritméticos del Ser y los doce principios geométri¬cos del Espacio, que constituyen las fundaciones eternas del Uni¬verso y las letras del alfabeto de la Naturaleza. El mismo número indica la suma de la cuádruple manifestación tanmátrica (5x4) con Purusha y Prákriti (Esencia y Substancia) de acuerdo con la tradición inda. También los gnósticos hacían hincapié sobre estos principios eternos (eones), considerando dos sucesivas generaciones eónicas, respectivamente perfecta o absoluta la primera (de 10 eones) e imperfecta o relativa la segunda (de 12).
También la música tiene un sentido cosmogónico, además de ser el arte divino, natural y humano, por cuyo medio se hace ma¬nifiesto en el Tiempo-el sonido o vibración creadora. Su principio se relaciona con Cronos, el movimiento que hace aparecer el Tiempo en el Espacio rebelándose con su actividad en contra de la Eterna Inmovilidad del padre Urano. La pareja Cronos-Rea (este último nombre significa "flujo, corriente" y por ende duración, como propiedad característica del tiempo), que tiene su correspondiente en la egipcia Osiris-Isis, puede así interpretarse como Tiempo y Música, o Rítmica Sucesión.
A ese concepto de Cronos corresponde el indo de Brahma, como Divinidad1 Creadora, y a la pareja griego-egipcia la gnóstica Logos-Zoe, Palabra y Vida. Con el tiempo, y por su medio, todas las cosas se mueven: todas fluyen, según las palabras de Heráclito. Todo el mundo, toda la naturaleza y la vida (incluido nuestra propia vida individual) pueden considerarse como una Gran Co¬rriente (Rea como Madre Divina), en cuyo medio estamos, igualmente lejos del manantial y de la desembocadura. Y como igualmente lejos del manantial y de la desembocadura. Y como todo parece desaparecer de donde vino, se le atribuye a Saturno, como principio del Tiempo, el propósito inhumano de comerse a sus propios hijos.
Sin embargo, la Corriente Madre, en su esencia eterna o divina es omnisciente y sabe el origen y el fin: el misterio del Pasado y el enigma del Futuro:, que respectivamente se comen, después de originarlas o engendrarlas, todas las manifestaciones actuales o presentes, cesan de ser tales en la límpida y omnipenetrante visión de su compañera, la Gran Corriente de la Vida y la Tradición, que por igual los abarca.
Y la capacidad de comulgar con esa Omnisciencia que in-forma la creación, por ser Regidora y Productora de su eterno "fluir" fue justamente simbolizada por los griegos en las nueve musas, hijas de Mnemósine, que pueden relacionarse con el hombre como principio y poder de inspiración, haciéndole descubrir el Pasado y prever el Porvenir. De aquí resulta que la música (literalmente, el Arte o Don de las Musas), en su relación con la retórica, es la capacidad de relacionarse con ese Divino Principio de la Inspiración, que es aquel que nos guía y nos lleva gradualmente de lo conocido a lo desconocido, de la ignorancia a la sabiduría, de las tinieblas a la luz, y de la ilusión al discernimiento de lo eternamente Real.
Pero, la Música es algo más aún: es el discernimiento opera¬tivo de la Armonía y la capacidad de manifestarla constantemente en las múltiples experiencias de la existencia, a semejanza de Apolo, de Orfeo y de otros que con la lira amansaban las fieras, haciendo benéficos y constructores los poderes, fuerzas y condi¬ciones que nos parecen alguna vez como maléficos y destructores. Claro está que este arte sólo puede desarrollarse en la medida de la propia inspiración que procede del discernimiento de la Realidad; así únicamente logramos percibir y tocar la nota clave de la Divina Armonía, en lugar de hacernos influenciar por la aparente discordancia que nos manifiesta en las circunstancias, externas, ha¬ciendo que se acuerden naturalmente con aquélla.
Con el estudio de la Astronomía —la ley de los astros— entra¬mos cosmogónicamente en el dominio de la luz creadora, que se hace visible en el cuarto día o fase de la creación, que pertenece mitológicamente a Zeus y a su esposa Hera, la aureola o irradiación de la misma luz. A esta pareja griega corresponde la egipcia Horo-Hathor y así como la sizigia gnóstica Anthropos-Ekklesia,
Hombre e Iglesia: la iglesia es, en este caso, el conjunto de los pensamientos o creaciones del hombre, que se agrega en derredor del propio centro consciente, como la luz en su relación con el centro o fuente de donde mana.
La ley de los astros —aquella que, como Zeus, rige no sola¬mente el cielo, sino también la tierra y las regiones inferiores, o sea, igualmente la arquitectura cósmica y natural como la individual y humana— es, pues, irradiar, manifestar y esparcir la luz. Es preciso buscar la luz, y luego hacerla manifiesta, por medio de pensamientos, palabras y obras constructivas. He aquí como el Maestro Masón debe estudiar la Astronomía, para construir el edi¬ficio de su existencia objetiva, de acuerdo con la ley de la grave-dad interior y cósmica, dado que la propia fuerza de gravitación precisamente estriba en ese poder y esfuerzo de irradiación: la luz es, pues, lo que realmente atrae a los cuerpos, como lo vemos por ejemplo en las plantas, que por medio de la fuerza atractiva de la luz solar (que es un aspecto de la Gravedad Celestial), logran y tienden a elevarse por encima de la pasiva y más obscura atracción de la gravedad terrenal.
Esta misma Gravedad Celestial (o Ley de los Astros) actúa sobre el hombre, aun físicamente y no menos poderosamente que la Gravedad Terrenal en cuanto en él determina la estación erecta, que lo hace inversamente análogo a la planta.
Cuando la tierra haya crecido evolutivamente en esa misma ca¬pacidad de activa radiación luminosa (que ahora manifiestan sólo algunos de sus elementos, como lo prueban las experiencias radio¬activas), se habrá transformado en un sol, y será como éste el foco y centro resplandeciente de un sistema planetario. Dado que los astros se hallan sujetos a la misma Ley de crecimiento evolutivo que regla toda la naturaleza y gobierna a los seres vivientes.
Una vez más, nos es dado reconocer en la propia atracción y gravitación material la ley o Principio Divino del Amor, el Eros primordial de los griegos, que extrae el Orden del Caos, expre¬sada en la forma más tangible y evidente para los sentidos. En la fuerza que mantiene unida a la tierra la expresión física de nuestro ser, podemos percibir ese amor de la Madre Divina, que después de habernos engendrado, POS sostiene, nos alimenta y nos mantiene en sus brazos protectores. Y en nuestra aspiración ideal hacia el Cielo de la verdadera Realidad, el mismo amor de nuestro Padre, el Ser Eterno, de cuyas aguas abismales hemos salido, que nos guía y nos espera, como al hijo pródigo, en nuestra vuelta por medio
del conocimiento de la Verdad.
Son éstos el Padre y la Madre más verdaderos, a los que hemos de honrar con nuestro reconocimiento, para que nuestros días se alarguen en. la tierra (Éxodo XX-12), pues, así como una planta crece en virtud de como sabe ahondar sus raíces en la tierra, y elevarse y esparcirse siempre más hacia la luz —realizando la más perfecta armonía equilibrada entre la gravedad terrenal y la celestial
— así igualmente nosotros podemos crecer y desarrollarnos de la manera más armónica, segura y equilibrada, apoyando y aplicando constructivamente en la tierra la expresión orgánica de nuestro ser, y elevando siempre más en la luz de la Realidad la cumbre de nuestro edificio espiritual. Se hará, así, efectiva y patente la ley de los astros en nuestra propia arquitectura individual, para conducirnos a la altura ideal que la estrella de nuestra inteligencia ha sabido vislumbrar, respondiendo, en la medida de nuestras fuerzas, al divino llamado: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto" (Mateo V-48).

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