CONSTRUCTIVISMO

ALDO LAVAGNINI

Las siete artes que acabamos de describir, tienen su aplicación operativa en la Arquitectura y en el Arte Real que es la filosofía constructiva de la vida, en la cual se utiliza la materia prima o piedra bruta de la diaria experiencia, para levantar sobre y por medio de aquélla el edificio de la Evolución Individual, en perfecta armonía con la doble gravedad de la naturaleza en que vivimos y de nuestra base biológica (resultado de la evolución de la especie, y más general de la vida) por un lado, y por el otro con el anhelo espiritual interior que hace patente su origen en la primera esencia del Ser al que debe toda existencia.
La Masonería muestra simbólicamente ese objeto supremo de la vida humana y de todas sus experiencias, de todos los esfuerzos que en la misma puedan obrar, y en el que se halla también el cumplimiento y la satisfacción más real y permanente de toda aspiración y deseo. Esa perfección individual que se halla latente en todo ser humano —siendo su desarrollo y expresión el propósito de la existencia— es justamente el Templo que trata de elevar a la Gloria del Ser, como Gran Arquitecto de la Vida individual y universal,, para que en el mismo se manifiesten y sean evidentes su Infinita Sabiduría, su Fuerza Omnipotente y su Belleza In-mortal.
También la Piedra Cúbica, en la que aparece grabado el Nombre Inefable del Ser (a la que hace alusión el Apocalipsis 11-17), que se identifica con la piedra filosofal de los alquimistas (la piedra o valor permanente, que se produce o nace por medio del amor a la sabiduría) es emblemática de esa misma perfección individual, que hace patente en el hombre el oro puro (muy distinto del oro vulgar) de su Ser o Realidad Divina.
Ahora, dado que la Masonería es un estudio y un arte esencialmente prácticos,, sin perder de vista ese exaltado y supremo ideal, nos enseña, en su tendencia operativa, a usar y aprovechar constructivamente todas, indistintamente, las experiencias y condiciones de la vida diaria, orientando ésta y su propósito hacia la mejor expresión progresiva de sus mayores posibilidades, tratando de cooperar en todo momento y en cualquier circunstancia con el plan perfecto del mismo Gran Arquitecto o de la Divina Geometría, en la cual se halla la más justa, recta y apropiada solución de todo problema que tengamos que resolver.
En toda actividad u obra particular puede y debe manifestarse este punto de vista ideal y superior, que constituye la esencia del idealismo práctico: una orientación clara, definida y eficaz que, como la brújula al marinero y la luz que alumbra nuestro camino, nos guía segura y rectamente en el mare magnum de la vida y en el caos de las condiciones y circunstancias externas, para que en aquel podamos seguir fielmente la ruta mejor, y aparezca en éste el orden divino que resulta del conocimiento de la Geometría y de su armónica aplicación.
Desde este mismo punto de vista, ninguna condición o circuns¬tancia exterior, ninguna experiencia que se nos enfrente, ningún problema que se nos presente, aunque aquéllas sean molestas y la solución de éste aparezca por encima de nuestras posibilidades y capacidades, pueden ser material despreciable. Todo puede y debe utilizarse para levantar el edificio de la vida y del progreso indi¬vidual, todo puede ser labrado y rectificado para que haga mani¬fiesta su inherente perfección, todo puede ser elevado y ennoblecido a la altura de ese edificio ideal, y las mismas piedras que por nuestra propia inadvertencia nos hacen tropezar y vacilar, pueden aprovecharse para labrar la perfección interior.
La actitud masónica —la actitud que nace del conocimiento del Arte, por medio de la luz verdadera que alumbra la vida des-de su propio origen y manantial— tiene que ser una actitud constan¬temente constructiva. Es la propia actitud del constructor que sim¬boliza el masón con el mandil del trabajo, considerado en su pura "Sencillez como "la más preciosa y deseable de todas las condeco¬raciones". Ser un constructor, plenamente consciente de esta cua¬lidad, que implica el deber de obrar constructivamente en todo mo¬mento, condición y circunstancia, es pues en realidad un honor y un privilegio que valen mucho más que todos aquellos que puedan lograrse y adquirirse por medios profanos a la genuina experiencia de la Realidad.
Justamente la cualidad de Masón principalmente estriba en esta actitud constructiva, que constituye la característica preemi¬nente de la Institución, y la base necesaria de sus infinitas posibi¬lidades ideales. El ideal más exaltado quedaría ineficiente, como ana pura teoría —a la que también faltaría la posibilidad de demostrarse— cuando le faltara la practicidad constructora que todo lo aprovecha y lo utiliza en vista de su realización.
Esta actitud estriba en una doble cooperación: interior con el Plan Divino o Propósito Ideal del Gran Arquitecto que preside a toda Evolución o Construcción) de la que es al mismo tiempo principio, base, objeto y realidad; y exterior con las condiciones y circunstancias de la vida, cualesquiera que sean, y que siempre deben utilizarse de acuerdo con ese plan, encontrándose en ellas las fundaciones y los materiales para levantar el edificio de la exis¬tencia que constantemente se renueva, en cuanto, como ya lo hemos visto, toda piedra descansa sobre la que se encuentra inme¬diatamente abajo, y a su vez ha de servir de apoyo para otra que tiene que ponérsele encima.
Lo mismo sucede con las experiencias y condiciones de la vida: cada nueva experiencia o condición deriva o se basa causa¬tivamente en las anteriores y, a su vez —oportunamente labrada de acuerdo con los instrumentos o facultades internas que en las mismas se apliquen— contribuirá en hacer progresar la elevación del edificio, sirviendo de base para nuevas condiciones, posibili¬dades y experiencias. Pero, de no ser convenientemente labrada sería un elemento constructivo de escaso valor, tanto para la ar¬monía del edificio como para su estabilidad y posibilidad de ulterior elevación.
Por lo tanto, este trabajo preliminar de las piedras, por cuanto simbolizan las experiencias de la vida como elementos construc¬tivos de la existencia y del progreso del individuo hacia sus más altas y mejores posibilidades —es cosa de la mayor importancia. Ningún progreso real sería posible sin ese trabajo, por medio del cual toda experiencia es aprovechada y manifiesta la inherente perfección que la pone de acuerdo con el Plan de la existencia; y cuando se descuide, la vida, en lugar de ser un edificio hermoso ¬que hace patente la Sabiduría que supo concebirlo y la Fuerza inteligente y laboriosa de la voluntad individual que lo ha llevado a cabo, será un montón desordenado de piedras sobrepuestas, que amenaza caer al .primer soplo o toque un poco más violento de las contrariedades externas, sepultando al obrero incauto, que había creído poder hacer de aquél su morada.
La torre de Babel y las pirámides de Egipto, son emblemáticas de dos tipos opuestos de construcción, que sirven para explicar este mismo concepto, como lo prueba el hecho de que mientras aquélla ha desaparecido por completo —fuera que en la memoria de la Tradición que hace de la misma el prototipo de la obra imperfecta, tanto por su concepción y propósito, como por la manera de llevarla a cabo— éstas todavía subsisten majestuosas, desde una antigüedad muy remota, habiendo sido consideradas como una de las mayores maravillas del mundo, y se preparan a desafiar imperturbables los siglos venideros, mudos y elocuentes testigos de un Plan sabiamente concebido (de acuerdo con la Geometría, y también la Aritmética, la Música y la Astronomía) y realizado con arte, pericia y habilidad que difícilmente pudieran encontrar su equivalente en los medios y progresos de la técnica actual. Sobre todo en la Gran Pirámide tenemos una obra realmente masónica, un, verdadero Templo levantado a la Gloria de la Suprema Sabiduría, monumento imperecedero de quien lo elevó con ese objeto, más bien que para servirle de tumba, como se piensa ordinaria y equivocadamente.
La Masonería es, pues, la verdadera Religión del Trabajo: la comprensión que eleva y ennoblece el trabajo en todas sus formas y en todos sus aspectos, espirituales como materiales, haciendo del mismo el lazo constructivo y fraternal que une en sus propósitos, ideales y actividad a todos los hombres de buena voluntad, mientras individualmente los reúne con el Principio Geométrico Constructor, del que son obreros conscientes, cooperando para una siempre mejor actuación evolutiva de sus Planes eternamente perfectos.
Reconocer a la Divinidad como Principio Constructivo, o sea como el Arquitecto de la Vida individual y universal, origen de toda inspiración creativa, de todo progreso y de toda evolución, es algo más que creer pasivamente en un Dios que vive en una región lejana, llamada el Reino de los Cielos, y que espera nuestra muerte para premiarnos con el gozo de su Presencia, o bien casti¬garnos con los tormentos de un infierno que sólo una imaginación enferma puede crear y una mente débil temer. Y también es mu¬
cho más vital y eficaz que creer en una fórmula o definición teológica que tampoco puede llevarnos a gozar esa Presencia aquí r ahora, haciendo del infierno caótico de la Vida profana el pa¬raíso ideal en que se expresan progresivamente el Orden y la Armonía Divinos.
Viendo en la Divinidad el Gran Arquitecto, o sea el Principio Constructor del Universo y de la vida en todas sus fases, aspectos y experiencias —especialmente en su progreso y en sus mejores posibilidades— el Masón la reconoce y la venera como viviente realidad, y le eleva un altar en cada uno de sus pensamientos y de sus obras, consagrándoles sus ideales, sus aspiraciones y sus esfuerzos, y tratando de comulgar constructivamente con Ella para que le guíe en todos sus pasos y en todas sus actividades.
La fe en esa Viviente Realidad Constructora, que se encuentra y obra tanto en nosotros como fuera de nosotros, es el primer paso en la senda del progreso masónico: por medio de su reconoci¬miento como la única y verdadera luz que ilumina el camino de la existencia, y el Orden o Perfección Inherente que arregla y coordina de una manera constructiva las experiencias todas de la vida, salimos de las tinieblas de la concepción profana de la vida, del mundo y de las cosas y nos hacemos aprendices en ese Gran Arte de la Construcción.
La esperanza que nace de esa Fe Constructora y la establece, cuando firmemente se reconoce en su esencia y voluntad suma¬mente benéfica como la única Fuerza o Poder que obra en la vida interior y en la exterior, es el segundo paso. Esta Esperanza es la propia expectación confiante y segura de lo mejor en cualquier circunstancia, que viene espontáneamente a nosotros cuando reco¬nocemos la exactitud y perfecta justicia de la Ley Benéfica que obra en dondequiera y nos ponemos en armonía constructiva con la Ley, acordando con ella nuestros pensamientos y propósitos, nuestras ¡palabras y acciones. Así, por medio de una más com¬prensiva e inteligente cooperación llegamos a la condición de compañeros en la práctica del mismo Arte Real.
En cuanto al tercer punto del progreso masónico, el Magisterio
o dominio completo del Arte, que se logra por medio del recono¬cimiento y exaltación del Divino Principio Hirámico que es la Vida Elevada en nosotros (el Hombre Celestial, creado por Dios en principio "a su imagen y semejanza"), sólo puede conseguirse y realizarse por medio del amor en su sentido más elevado, o sea como principio, a la vez, de gracia y caridad.
Así como el amor de la Sabiduría hace al filósofo (que no ha de confundirse con el profesor de filosofía), así también el amor de Dios místicamente entendido hace al santo, y el amor del Arte al artista. En los tres casos se logra el magisterio, o sea un estado que es más del común y ordinario en el hombre; pero, sin el Amor, sin esa virtud y don supremo que corona todos los demás, y que sólo es capaz de hacer perfectos los otros dones y virtudes, esa condición sería absolutamente imposible de lograr.
Estas tres virtudes —fuerza y valores espirituales— llamadas "teologales", en cuanto indican el consciente reconocimiento del Logos o Palabra Divina en nosotros, constituyen el sentido intimo de las "palabras sagradas" de los tres grados masónicos y, por lo tanto, expresan y caracterizan el punto esencial del estadio de desarrollo que a cada uno le corresponde.
No se trata aquí de abstracciones, o de puro misticismo sin aplicación práctica, sino de aquellos verdaderos valores vitales que representan el mejor salario —compensación o resultado— de los esfuerzos hechos en el sendero de la realización. La fe es, pues, el salario que se obtiene al buscar la Verdad y la base real de la vida, cuando se llegue a percibir el primer vislumbre de la verdadera luz. La esperanza es, igualmente, el resultado del esfuerzo que se ha hecho para ponerse en armonía con la Ley de Causalidad, de manera que puede esperarse con seguridad el efecto exterior de una causa interior cuando ésta se haya bien establecido en nosotros. Y el amor resulta naturalmente de la devoción de todo nuestro ser y de todas nuestras facultades al objeto ideal al que uno se dedica.
Estos valores son vitales en cuanto obran de por sí en todaslas condiciones de la existencia; aún más, caracterizan y miden eléxito que pueda uno lograr y el mejor y más satisfactorio des¬arrollo en cualquier campo de actividad. No existe, pues, casuali¬dad que pueda ser de alguna manera extraña al dominio y a laexactitud de la Ley Causativa, ni suerte o fortuna que no tenga su propia base en el desarrollo y en la expresión estable o ficticia —de aquellos valores. Todas las condiciones de la vida, positivascomo negativas, estriban en su desarrollo y actuación, en el fueroíntimo de la conciencia individual, o bien en su falta y deficiencia;de aquí la necesidad de cultivarlos y aplicarlos en y por medio delas experiencias todas de la vida.
Ahora, la Religión, del Trabajo que nos enseña la Masonería, .justamente se hace efectiva con el progresivo desarrollo dé los
valores espirituales o virtudes teologales que expresan, en cualquieractividad, el íntimo reconocimiento individual del Principio Constructivo que a la misma preside, y la consiguiente cooperación voluntaria y consciente que con el mismo se logra establecer.
Nace, en este caso, la fe del propio reconocimiento de dicho Principio y de la Fuerza o Poder inherente en el mismo; la espe¬ranza de las obras que acompañan la Fe y representan la coope¬ración que se traducirá en resultados eficientes y hermosos, y el amor de la capacidad de trascender y superar el punto de vista y las limitaciones de la propia personalidad, para expresar en su forma más pura y perfecta la Sabiduría inherente en Aquél.
Trabajar para vivir es, pues, la maldición que el hombre en su estado de ignorancia —al haber caído en el dominio de la ilusión, por haberse alejado de la verdadera luz, que es el dominio de la Verdad— pronuncia sobre sí mismo, condenándose a "comer el pan con dolor, en el sudor de su rostro". Pero, la Masonería, re¬conduciendo al hombre a percibir nuevamente esa verdadera luz y reconciliándose con ese dominio edénico de la Verdad, le hace libre de la condenación de su ignorancia de la Ley y le enseña a vivir para trabajar, cooperando en una siempre más plena y profunda armonía con el Creador y la Naturaleza, para la mejor expresión en ésta de los planes ideales de Aquél.
Todo esto está perfectamente de acuerdo con la enseñanza igualmente libertadora del Maestro que dijo: "Trabajad no por la comida que perece, mas por la comida que a vida eterna per¬manece", o sea, desde un punto de vista y para un objeto más elevado y permanentemente satisfactorio que no sea el sueldo o ventaja inmediata que del mismo trabajo puedan derivarse, aunque uno considere (en el punto de vista ilusorio en que se encuentra) estar necesitado de hacerlo.
Necesita uno, en otras palabras, elevarse sobre el punto de vista en que de ordinario considera el propio trabajo, viéndolo en su verdadera luz, por encima de las directas ventajas y consi¬deraciones personales, y más bien en su relación con la Economía Social y Cósmica, por la utilidad, el valor constructivo y el Bien de la obra en sí. Sólo de esta manera llegará el Masón a trabajar, como siempre ha de hacerlo, con alegría y libertad. Esta manera de ver la propia actividad, y el esfuerzo que se hace en el mismo sentido, ilumina al hombre sobre la finalidad verdadera de la existencia y de toda actividad —la expresión, progresiva del potencial inherente y latente en nuestro ser— hace ingresar en la Masonería considerada como Constructivismo Ubre y voluntario. Cesa de ser esclavo de las razones y consideraciones materiales, que dominan al hombre todavía apegado a la ilusión de la vida exterior, y se hace un obrero Ubre y un artista, inspirado (cualquiera que sea, humilde y modesta o bien importante y elevada), de la que busca y expresa siempre mejor la perfección implícita.
Así el trabajo logra llenar sus dos principales objetos: el pro¬greso individual con el desarrollo siempre mejor de las facultades, poderes y tendencias internas, constantemente educidas y educadas por medio de la obra a la cual se dedique; y la mejor eficiencia y utilidad intrínseca de lo que hace, en perfecta armonía con el Plan Eterno de la Creación, que comprende el progreso social y cósmico, y el destino, tarea y deber más apropiados o propios para cada ser que, por insignificante que parezca, no puede dejar de tener su lugar e importancia en aquél. Cuando se llenen debidamente estos dos objetos, habremos encontrado el Reino y nos habremos conformado con su, Justicia; por consiguiente, las demás cosas (necesidades y providencia material) nos serán añadidas, "porque el obrero digno es de su alimento".
Es, pues, cierto que "el hombre no vive de sólo pan", sino aún más y sobre todo de la Palabra Ideal, que en su progresivo creci¬miento sabe recibir y custodiar, en religioso fervor, su corazón, para luego expresarla en fecunda actividad inspirada por aquélla; de la interna luz que lo alumbra y lo guía en su camino, haciéndole aspirar y anhelar conquistas y satisfacciones siempre más elevadas, hermosas y deseables. Esta es "la comida que a vida eterna pertenece", en cuanto se hace valor espiritual permanente, estimu¬lando o alimentando el crecimiento individual: nunca habrá per-dido su tiempo y sus esfuerzos, quien haya conseguido, en cual¬quier trabajo u ocupación a los que se haya dedicado, nuevas experiencias, conocimientos y capacidades, el crecimiento de su ser interior y la maduración del discernimiento. Mientras muy pobre habrá sido su ventaja, cuando no haya conseguido un ver¬dadero progreso íntimo.
El amor de la obra es el requisito fundamental para llenar de la manera más satisfactoria los objetos principales de la actividad, que son los de la vida misma; pues, vivir sin ser activo (espiritual o materialmente) no sería nunca vivir plena y perfectamente. No se puede sacar de una obra o actividad cualquiera ventajas mayores del interés que en aquélla se haya puesto, y que determina el
salario que, al terminarla se habrá recibido, descansando después en su cumplimiento.
De aquí la necesidad de poner vida, amor e interés en todo lo que uno hace, con objeto de poder llenar las finalidades inherentes en toda tarea, pues de otra manera perderíamos nuestro tiempo defraudándonos de su mejor y deseable compensación. Todo trabajo ha de hacerse en ese espíritu de libertad y contento, que siempre acompaña la conciencia íntima de la utilidad intrínseca de la obra en su relación con la Economía Cósmica y Social, en la que representa un factor, mínimo a la vez, pero que, indudablemente, no se halla desprovisto de importancia y valor.
No hay trabajo que no pueda y no deba hacerse en este espíritu que lo eleva y lo exalta, y que es el verdadero espíritu masónico —aquel mismo espíritu, que en su fase más elevada encuéntrase en el Gran Arquitecto, al planear el mundo y dirigir, en su infinita progresión evolutiva, la Armonía Constructora de la Creación.
Así el trabajo cesa de ser la maldición o el deber molesto, como lo es para los que no se determinan y se esfuerzan constantemente por hacer lo mejor de sus respectivas tareas: el aburrimiento de-nota simplemente la falla de interés y vida espiritual, y la inercia que lo acompaña proviene únicamente de la ignorancia en que permanece. Cuando se haga la luz en su ser, aparecerán, en el trabajo más sencillo y en la obra más humilde, insospechadas y maravillosas posibilidades de experiencias y crecimiento, cuyo des¬cubrimiento es también el Camino que lo llevará, en su debido tiempo, a una actividad más importante y elevada que, con el Plan Cósmico, precisamente espera su propio crecimiento a la altura de la misma.
Todo problema relacionado con el trabajo o actividad de una persona, tiene su solución en el punto de vista más elevado en que se considere, y en la correspondiente mejor disposición interna que uno tome y realice acerca del mismo. Existe como problema en el plan inferior de la ilusión personal; y cesa de ser tal, estando resuelto de la manera más deseable y satisfactoria, cuando simplemente sea superado ese punto de vista inferior.
Quien no se encuentre satisfecho con su trabajo actual, tiene igualmente todo que ganar, haciéndolo con amor e interés como mejor lo puede; de esta manera estará más satisfecho y, adqui¬riendo más fácilmente la experiencia para conseguir la cual estaba destinado, en el Plan de su vida, se prepara para una nueva fase ¬más satisfactoria que, en el mismo Plan siempre hállase delante de él. Pues, ningún trabajo le viene a uno casualmente, sino en obediencia a la Ley Causativa que obra con perfecta Sabiduría dándole a cada uno lo suyo, con. lo cual al mismo tiempo le ofrece las mejores oportunidades de progreso.
También el problema de la desocupación, que es frecuente¬mente una plaga en nuestra civilización utilitaria, aparece en una luz muy diferente de su aspecto profano —en que se identifica con la escasez de trabajo, pero sin darse cuenta de que también éste es un efecto de su causa más verdadera— cuando se le considera en la perspectiva más amplia que nace del reconocimiento del Plan individual y universal de la vida.
En el Plan Cósmico en el cual se hallan comprendidos la ruta y el destino del átomo más insignificante y su tarea en la Armonía del Universo, cada individuo y cada ser tiene necesariamente su puesto, y con aquél su tarea y su trabajo. Si es que no lo tiene efectivamente (en el dominio visible de loa efectos), quiere decir que en su propia conciencia se ha alejado causativamente de ese trabajo o tarea propios de su ser e inseparables del progreso cons¬tructivo de su existencia, o bien que todavía no ha encontrado su propio lugar y su función y misión social. Así es, especialmente en el caso de desocupación crónica, sobre todo cuando uno no conoce su propio trabajo, y por lo tanto busca cualquier trabajo y no encuentra ninguno.
Independientemente de la solución que cada sociedad pueda y deba buscar para el mismo, este problema sólo puede realmente ser resuelto sobre una base individual. Hay siempre, pues, para cada uno, en todo momento de su vida, una tarea necesaria, y una ma¬nera de ser útil al mundo y al medio en que se encuentra; y, por otro lado, todo problema colectivo es, en realidad, la pura y sim¬ple extensión o multiplicación contagiosa de un problema indivi¬dual. Para resolver el cual cada uno ha de buscar y hallar en si mismo su propio trabajo o tarea.
Buscar un trabajo cualquiera —como muchos pretenden ha¬cerlo para resolver el problema económico de la existencia— constituye un punto de vista fundamentalmente equivocado, un problema sin solución, en virtud de su propia indeterminación. Difícilmente puede uno llegar a una meta deseable por cualquier camino, de no tener uno, o no buscar, su camino —o sea, un pro¬pósito particular— siempre estará fuera de camino. La vida misma es un camino que precisa seguir, en el que únicamente
puede orientarnos y conducirnos rectamente la contemplación de una Meta Ideal.
Cuando se haya encontrado interiormente el trabajo propio (pasando del indefinido cualquiera, y empezando con ver claramente en una dirección determinada), no dejarán también de presentarse las oportunidades externas que han de abrirle el camino en esa dirección; éstas pueden no corresponder con la expectación: puede ser que se le presente a uno un trabajo de un género muy distinto. No precisa, sin embargo, juzgar por la apariencia: haciendo fielmente el trabajo que se le ha presentado, se le abrirá de por sí (adentro como afuera), el camino para su propio trabajo más verdadero.
Una vez en el camino su tarea se reduce a seguirlo, sin nunca perder de vista sus posibilidades ilimitadas, considerando todas las circunstancias y los mismos obstáculos como oportunidades de progreso y superación —pues, tales son efectivamente— y aprove¬chándolo todo constructivamente.

1 comentario:

  1. Me encuentro sin empleo en este momento y leer lo
    anterior me da la oportunidad de ver que no he encontrado en el trasitar de mi vida mi trabajo propio, estoy maravillada con lo que estoy aprendiendo.

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