RENE GUENON
Aunque lo que acaba de ser dicho basta en suma para caracterizar bastante claramente la iniciación sacerdotal y la iniciación real, creemos deber insistir todavía un poco más sobre la cuestión de sus relaciones, en razón de algunas concepciones erróneas que hemos encontrado por diversos lados, y que tienden a presentar cada una de estas dos iniciaciones como formando por sí misma un todo completo, de tal suerte que ya no se trataría de dos grados jerárquicos diferentes, sino de dos tipos doctrinales irreductibles. La intención principal de aquellos que propagan una tal concepción parece ser, en general, oponer las tradiciones orientales, que serían del tipo sacerdotal o contemplativo, y las tradiciones occidentales, que serían del tipo real y guerrero o activo; y, aunque no se llega hasta proclamar la superioridad de éstas sobre aquellas, se pretende al menos ponerlas en un pie de igualdad. Agregamos incidentalmente que esto se acompaña lo más frecuentemente, en lo que concierne a las tradiciones occidentales, de opiniones históricas bastante fantásticas sobre su origen, tales, por ejemplo, como la hipótesis de una «tradición mediterránea» primitiva y única, que muy probablemente no ha existido nunca.
En realidad, en el origen, y anteriormente a la división de las castas, las dos funciones sacerdotal y real no existían en el estado distinto y diferenciado; una y otra estaban contenidas en su principio común, que está más allá de las castas, y del que éstas no han salido más que en una fase ulterior del ciclo de la humanidad terrestre . Por lo demás, es evidente que, desde que se han distinguido las castas, toda organización social ha debido, bajo una forma o bajo otra, conllevarlas a todas igualmente, puesto que ellas representan diferentes funciones que deben coexistir necesariamente; no se puede concebir una sociedad compuesta únicamente de brâhmanes, ni alguna otra compuesta únicamente de kshatriyas. La coexistencia de estas dos funciones implica normalmente su jerarquización, conformemente a su naturaleza propia, y por consiguiente la de los individuos que las desempeñan; el brahman es superior al kshatriya por naturaleza, y no porque haya tomado más o menos arbitrariamente el primer lugar en la sociedad; y lo es porque el conocimiento es superior a la acción, porque el dominio «metafísico» es superior al dominio «físico», como el principio es superior a lo que deriva de él; y de ahí proviene también, no menos naturalmente, la distinción de los «misterios mayores», que constituyen propiamente la iniciación sacerdotal, y de los «misterios menores», que constituyen propiamente la iniciación real.
Dicho eso, toda tradición, para ser regular y completa, debe conllevar a la vez, en su aspecto esotérico, las dos iniciaciones, o más exactamente, las dos partes de la iniciación, es decir, los «misterios mayores» y los «misterios menores», donde, por lo demás, la segunda está esencialmente subordinada a la primera, como lo indican bastante claramente los términos mismos que los designan respectivamente. Esta subordinación no ha podido ser negada más que por los kshatriyas rebeldes, que se han esforzado en invertir las relaciones normales, y que, en algunos casos, han podido lograr constituir una suerte de tradición irregular e incompleta, reducida a lo que corresponde al dominio de los «misterios menores», el único del que tenían conocimiento y que éstos presentan falsamente como la doctrina total . En un parecido caso, únicamente subsiste la iniciación real, por lo demás degenerada y desviada por el hecho mismo de que ya no está vinculada al principio que la legitimaba; en cuanto al caso contrario, aquel en el que sólo existiría la iniciación sacerdotal, es ciertamente imposible encontrar en ninguna parte el menor ejemplo de ello. Eso basta para poner las cosas en su punto: si hay verdaderamente dos tipos de organizaciones tradicionales e iniciáticas, es porque una es regular y normal y la otra irregular y anormal, una completa y la otra incompleta (y, es menester agregar, incompleta por arriba); no podría ser de otro modo, y eso de una manera absolutamente general, tanto en occidente como en oriente.
Ciertamente, en el estado actual de las cosas al menos, como lo hemos dicho en muchas ocasiones, las tendencias contemplativas están mucho más ampliamente extendidas en oriente y las tendencias activas (o más bien «actuantes» en el sentido más exterior) en occidente; pero, a pesar de todo, en eso no se trata más que de una cuestión de proporción, y no de exclusividad. Si hubiera una organización tradicional en occidente (y queremos decir aquí una organización tradicional integral, que poseyera efectivamente los dos aspectos esotérico y exotérico), debería conllevar normalmente, así como ocurre con las de oriente, a la vez la iniciación sacerdotal y la iniciación real, cualesquiera que fueran las formas particulares que pudieran tomar para adaptarse a las condiciones del medio, pero siempre con el reconocimiento de la superioridad de la primera sobre la segunda, y eso cualquiera que fuera por lo demás el número de los individuos que serían respectivamente aptos para recibir la una o la otra de estas dos iniciaciones, ya que en eso el número no cuenta para nada y no podría modificar de ninguna manera lo que es inherente a la naturaleza misma de las cosas .
Lo que puede hacer ilusión, es que en occidente, aunque ni la iniciación real ni la iniciación sacerdotal existen ya actualmente , se encuentran más fácilmente los vestigios de la primera que los de la segunda; eso se debe ante todo a los lazos que existen generalmente entre la iniciación real y las iniciaciones de oficio, así como lo hemos indicado más atrás, y en razón de los cuales, pueden encontrarse tales vestigios en las organizaciones derivadas de estas iniciaciones de oficio y que subsisten todavía hoy día en el mundo occidental . Hay también algo más: por un fenómeno bastante extraño, se ve reaparecer a veces, de una manera más o menos fragmentaria, pero no obstante muy reconocible, algo de esas tradiciones disminuidas y desviadas que, en circunstancias muy diversas de tiempos y de lugares, fueron el producto de la rebelión de los kshatriyas, y cuyo carácter «naturalista» constituye siempre su marca principal . Sin insistir más en ello, solo señalaremos la preponderancia acordada frecuentemente, en parecido caso, a un cierto punto de vista «mágico» (y, por lo demás, en esto no hay que entender exclusivamente la búsqueda de efectos exteriores más o menos extraordinarios, como es el caso cuando no se trata más que de pseudoiniciación), resultado de la alteración de las ciencias tradicionales separadas de su principio metafísico .
Por lo demás, la «mezcla de las castas», es decir, en suma la destrucción de toda verdadera jerarquía, característica del último periodo del Kali Yuga , hace más difícil, sobre todo para aquellos que no van hasta el fondo de las cosas, determinar exactamente la naturaleza real de elementos como éstos a los que hacemos alusión; y, sin duda, todavía no hemos llegado al grado más extremo de la confusión. El ciclo histórico, comenzado en un nivel superior a la distinción de las castas, debe terminar, por un descenso gradual cuyas diferentes etapas hemos delineado en otra parte , en un nivel inferior a esta misma distinción, ya que, evidentemente, como lo hemos indicado más atrás, hay dos maneras opuestas de estar fuera de las castas: se puede estar más allá o más acá, por encima de la más alta o por debajo de la más baja de entre ellas; y, si el primero de estos dos casos era normalmente el de los hombres del comienzo del ciclo, el segundo devendrá el de la inmensa mayoría en su fase final; ya se ven indicios bastante claros de ello como para que sea inútil detenernos más en este punto, ya que, a menos de estar completamente cegado por algunos prejuicios, nadie puede negar que la tendencia a una nivelación por abajo sea uno de los caracteres más llamativos de la época actual .
No obstante, se podría objetar esto: si el fin de un ciclo debe coincidir necesariamente con el comienzo de otro, ¿cómo podrá juntarse el punto más bajo con el punto más alto? Ya hemos respondido en otra parte a esta cuestión : en efecto, deberá operarse un enderezamiento, y no será posible, precisamente, más que cuando se haya alcanzado el punto más bajo: esto se vincula propiamente al secreto de la «inversión de los polos». Por otra parte, este enderezamiento deberá ser preparado, incluso visiblemente, antes del fin del ciclo actual; pero no podrá serlo más que por aquel que, uniendo en él las potencias del Cielo y de la Tierra, las del oriente y del occidente, manifestará al exterior, a la vez en el dominio del conocimiento y en el de la acción, el doble poder sacerdotal y real conservado a través de las edades, en la integridad de su principio único, por los detentadores ocultos de la Tradición primordial. Por lo demás, sería vano querer buscar saber ahora cuándo y cómo se producirá una tal manifestación, y sin duda será muy diferente de todo lo que se podría imaginar a este respecto; los «misterios del Polo» (el-asrâr-el-qutbâniyah) están ciertamente bien guardados, y nada de ellos podrá ser conocido en el exterior antes de que se cumpla el tiempo fijado.
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