SIMBOLO, MITO Y RITO

FEDERICO GONZALEZ - EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA

El simbolismo del "centro del mundo" pudiera transponerse al del "eje del mundo" y relacionarse entonces nuestro símbolo con todos aquellos que significan este eje. En particular con los símbolos del árbol (Arbol de la Vida) y la montaña, y todos los indicadores de puntos de coyuntura en la geografía y la historia sagrada, los que se han manifestado a lo largo del tiempo y en distintos lugares. Estos sitios o seres especiales, que son símbolos por sus mismas características mágico–teúrgicas, promueven una ruptura de nivel que permite comunicarse con otros mundos, o estados de consciencia diferentes, con zonas vedadas del universo y de nosotros mismos. En el ser humano ese Centro del que hablamos está alojado en el corazón, como lo atestiguan la totalidad de las tradiciones.
La montaña y el árbol son además dos símbolos de ascenso, al igual que la escalera, y suponen la idea de salida de un plano o mundo, y el ingreso a otro superior. Geométricamente esta posibilidad está marcada por la figura de la espiral, que es capaz de salir del plano y de la reincidencia rutinaria, y proyectar un nuevo movimiento circular, esta vez en un plano distinto. A la espiral suele también representársela en forma doble, conformando en lo volumétrico una especie de trompo, donde una de las espirales es "evolutiva" y la otra "involutiva", complementándose perennemente.
Por otra parte el círculo es análogo al cuadrado. Podría decirse que este último es una solidificación de aquél, marcada por la agresividad rígida de las aristas en comparación con la blandura y suavidad de la forma circular; esto también corre para cubo y esfera. Sin embargo ambas figuras tienen 360 grados, ya que esa es la superficie del círculo, también configurada por los cuatro ángulos rectos de 90 grados del cuadrángulo. Tradicionalmente se ha tomado la figura de la esfera, o el círculo, como más perfecta que la del cubo o cuadrado. Una de las razones ya ha sido mencionada: los rayos que unen a la periferia de la esfera con el centro son de igual distancia, mientras que en el cubo o cuadrado no ocurre lo mismo. En general se ha relacionado al círculo con el cielo (una semiesfera) y al cuadrado con la tierra. Entre ambos conforman el cosmos, como puede observarse en el simbolismo arquitectónico, en especial el del templo, pues éste constituye una imagen del universo. Por lo que la asociación del circulo con el cuadrado (y el cuaternario y la cruz) resulta naturalmente de las propias características inherentes a estos símbolos, los cuales se entrelazan entre sí de modo espontáneo tal cual las ideas y arquetipos que ellos representan.
Volveremos más adelante sobre estos temas, déjesenos ahora hacer algunas precisiones sobre los símbolos y también sobre los mitos y ritos. En primer lugar señalaremos que los símbolos no son, para la Simbólica, lo que suele entender hoy el hombre contemporáneo por tales. Es decir, simples alegorías o convenciones impuestas por el ser humano. Repitámoslo: estas versiones, en realidad, no son sino grados de lectura de lo que es el símbolo en sí, en las que se hace hincapié sólo por su aspecto psicológico, o simplemente por su valor práctico, y conllevan el enorme peligro de reducir el símbolo sólo a eso, con lo que no se hace otra cosa que negarlo, al tergiversar su sentido. El símbolo es mucho más amplio y no se reduce a estas dos lecturas sino que esencialmente su carácter es metafísico y ontológico (en cuanto se refiere al ser y es transformador) y por lo tanto arquetípico. Esto es el símbolo, cuya función a cualquier nivel de lectura que se observe, no es más que la de llevar de lo conocido a lo desconocido por su mediación.
Aquél que ha tenido oportunidad de estudiar las culturas tradicionales ha podido observar la importancia trascendental que éste posee siempre en ellas. Eso se debe a que para éstas el símbolo en sí está cargado de una energía especial, de una fuerza mágica –por manifestar verdades desconocidas de secretos implícitos en el mundo, y de ese modo revelarlos–, que es objeto de veneración y reverencia, como lo atestiguan las sociedades arcaicas, que toman estos símbolos (u objetos–símbolos) como auténticos representantes de otros mundos verticales; de las energías del más allá, capaces de transmitir el conocimiento de otras realidades, o mejor, de otros planos, que igualmente, constituyen el total de la realidad.
En cuanto al mito, presente en todas las culturas antiguas, además de revelar verdades cosmogónicas y proponer un modelo ejemplar de vida y realización, es el factor aglutinante que ha dado cohesión a la existencia de los innumerables pueblos, posibilitando así su organización social. El mito es un símbolo que se transmite de manera oral; de otro lado el rito dramatiza el mito y perpetuamente lo actualiza, simbolizándolo; por lo que símbolo, mito y rito conforman un solo conjunto, como ya se ha señalado en otros lugares, y debe
darse por sobreentendido que cuando hablamos de símbolo, también nos estamos refiriendo a mito y rito.
Volviendo al término metafísica, una vez hecha la salvedad de que se refiere a aquello que está allende la física, debemos clarificar que no sólo con él se menciona lo que excede a la materia, sino también a lo que está más allá de lo psicológico, por ser arquetípico. Y aun más que eso, pues el sentido que se le asigna a la palabra metafísica en la simbólica es igual a querer expresar aquello que está más allá del ser, lo supracósmico y suprahumano.
El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados. Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía–fuerza que permitía la ruptura de nivel el acceso a otros mundos, o el acceso al conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal cual es y no permite así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a que es tan proclive nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le reconocen los valores de que es portador, sin caer en la equivocación grosera de tomar al símbolo por lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje.
El término griego symbolon se refería a dos mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban un signo de reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos mitades son análogas, lo que caracteriza a la simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia entre lo que quiere manifestar y la forma en que lo manifiesta. Por lo que la representación simbólica ha de expresar la idea metafísica, describiendo y repitiendo la cosmogonía arquetípica, participando de ese modo en el proceso creacional. Como estamos viendo el símbolo está íntimamente relacionado con las leyes de analogía y correspondencia presentes en el Modelo del Universo, en la Cosmogonía Perenne.
En rigor cualquier cosa puede ser un símbolo pues ella expresa a su manera su origen y la mano de su creador, el misterio que ella oculta dentro de sí. Toda expresión es simbólica pues conlleva implícita un gesto original. Sin embargo hay que distinguir entre los símbolos revelados específicamente para el conocimiento de una realidad, y los símbolos espontáneos de la psique individual que por esa razón no es capaz de traspasar ese nivel de consciencia. Mientras los primeros se suponen no humanos, los segundos no pueden exceder el nivel psicológico ligado en simbología con lo lunar y sublunar. Los primeros expresan una realidad trascendente, los otros no logran manifestar sino el poder de lo inmanente y denotan la garra del demiurgo.
También debe distinguirse el símbolo del emblema, y sobre todo, como ya se ha señalado, de la alegoría, que pone un espacio entre el símbolo y lo simbolizado, y se presenta también como una versión a nivel psicológico, como inexistente o soñada, diferente de la realidad y exactitud de aquello que los símbolos expresan.
En forma gráfica y en las artes plásticas y monumentos se conservan los símbolos visuales de las culturas antiguas; de forma oral se han transmitido sus mitos y sus canciones rítmicas rituales, repetitivas y cíclicas y muchos de ellos se encuentran consignados por escrito; antropólogos, arqueólogos, historiadores, y otros especialistas, nos comunican nuevos hallazgos que confirman la completa importancia que atribuían a sus símbolos los pueblos tradicionales, ya que conocedores de la Cosmogonía Arquetípica, reiteraban sus gestos simbólicos, los que eran enseñados y aprendidos, pues el conocimiento del significado del símbolo no se puede obtener de otra manera. Hoy en día es ajena a la mentalidad oficial la idea de un Modelo del Universo (conocida por todos los pueblos tradicionales), un plan arquetípico e invariable que supone la presencia de un Arquitecto y que es válido para todo tiempo y lugar, en la escala humana, y que, de hecho, también está transcurriendo ahora. Igualmente se ignora la existencia de la Filosofía Perenne, o sea de una misma filosofía, idéntica en los principios, en todas las tradiciones del mundo. Esta Cosmogonía y Filosofía perennes se ocultan dentro de los símbolos tradicionales, de origen revelado, que pueden ser encarnados por aquéllos que consigan lograrlo, pues los conocimientos, energías y experiencias que los símbolos contienen, de carácter arquetípico y cosmogónico, pueden vivenciarse en el constante ahora, siempre que los interesados sean pacientes en efectivizar una nueva forma de aprendizaje y ser favorecidos por tamaña gracia; en todo caso esta es una experiencia extraña y a veces se ve como muy rara y muy difícil de asumir, según lo atestigua la tropa alquímica.
La rueda, como símbolo del ciclo, está sujeta a un invariable retorno que, sin embargo, tiene determinados puntos que la limitan. Estos puntos están magníficamente ejemplificados
por el camino del sol en el año, la rueda solar, la que se caracteriza por tener dos momentos máximos en su recorrido en los cuales el sol parece detener su rodar; nos referimos a los solsticios de invierno y verano. Ellos bien pueden situarse en los extremos de la rueda, o del círculo, y marcar esos momentos. Hay también otros momentos importantes en el recorrido del carro solar, los equinoccios, y ellos se encuentran perfectamente equidistantes de los solsticios marcando así un círculo dividido en cuatro partes exactamente iguales.
Pero el cuaternario como división normal del ciclo no sólo es reconocido en el recorrido anual del sol, sino en el diario (aparente), el cual es dividido también cuatripartitamente en medianoche (0 hs.), amanecer (6 hs.), mediodía (12 hs.) y atardecer (18 hs.).
Igualmente se lo puede encontrar en cualquier ciclo o manifestación, pues el cuaternario es el signo de lo creado: también en la división espacial fija los cuatro puntos cardinales en relación a la línea del horizonte.
Se pueden también nombrar otros ejemplos de esta ley del cuaternario; las distintas edades de un hombre: niñez, juventud, madurez, vejez. Igualmente las edades del mundo caracterizadas de manera descendente por el oro, la plata, el bronce, y esta última que estamos viviendo, por el hierro. Lo mismo las estaciones del año: invierno, primavera, verano y otoño; las fases de la luna, e igualmente los elementos, o principios constitutivos de la materia: Fuego, Aire, Agua y Tierra, a los que además las distintas tradiciones les han asociado colores, como signos cualitativos.
Volvemos a ligar así estrechamente la figura del círculo y el cuadrado a través del cuaternario. El ciclo, o sea el símbolo de la rueda en movimiento, funde indisolublemente estas figuras entre sí en estrecha vinculación con la simbólica atribuida a espacio y tiempo, relacionándose al círculo con este último y al cuadrado (o cuaternario) con el primero.
La rueda de seis rayos tiene una particularidad mágica: el tamaño del radio divide siempre a la llanta en seis partes iguales.
La rueda zodiacal divide el año en doce períodos, llamados signos, los que también en ciclos mayores están equiparados a eras; subdivisiones todas de la figura partida por el binario y cuaternario como ya vimos. Agregaremos que el término "zodiaco", de origen griego, se traduce por "rueda de la vida".
Los distintos números de rayos de las ruedas no son arbitrarios y se refieren a la partición del círculo en tales o cuales segmentos, signados por disímiles números, de acuerdo a cómo
se encara la figura, en qué contexto, y para qué fines; todo ello ligado con los atributos propios de cada número y sus correspondencias geométricas. En la Tradición Hermética, donde se produce una amalgama entre los nombres rosa y rota (= rueda), la flor es la imagen de lo circular, como bien puede advertirse en los mandalas que son ciertas "rosetas" de las catedrales europeas. Todo esto hace particularmente significativas las diferentes modalidades del símbolo en general, relacionándolo con aspectos disímiles de la realidad, o mejor, con referencias varias acerca de cómo encararla, todas ellas complementarias.
Así como el punto se corresponde con la unidad aritmética y el cuadrángulo con el cuatro, el ciclo se expresa por el número nueve. Este número es irreducible y como se sabe todos sus múltiplos (y submúltiplos) regresan indefectiblemente a él, por ejemplo: 9 x 2 = 18 = 1 + 8 = 9; 9 x 3 = 27 = 2 + 7 = 9 ; 9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9 , etc. Por otro lado divide la circunferencia en cuatro partes, e introduce la circularidad en las cifras con que se lo conecta, cosa que efectúan también sus múltiplos, relacionando así cualquier número con la figura del círculo; debemos recordar que esta última se forma con el valor 9 de la circunferencia, más el valor 1 del punto central. Lo mismo sucede con el cuadrángulo que igualmente se construye desde un punto central cruzado por dos ortogonales, lo que representa una cruz, cuyo medio exacto es otro nuevo punto, el número cinco, que en la alquimia corresponde al éter, en filosofía a la quintaesencia, y que ha sido importante en distintas tradiciones entre ellas la china y las precolombinas. Con el número siete sucede lo mismo, ya que es considerado el central de una rueda de seis rayos. En realidad, y por otra de las transposiciones entre el símbolo del círculo y el cuadrado y de lo plano a lo espacial, el siete es el punto central del cubo, de seis caras y doce aristas, otro de los símbolos–modelo del universo.
El simbolismo de los números, como ya lo destacamos, está estrechamente relacionado con nuestro tema. El sistema pitagórico decimal, con el que nos manejamos, está formado por nueve dígitos llamados naturales y el agregado del cero que tiene un valor posicional en los distintos niveles en que se expresa: decenas, centenas, etc.; volviéndose a reiterar a cualquier nivel los mismos nueve números en su viaje circular. Para el hermetismo la serie numérica tiene una característica especial: la unidad genera todos los números y por adición está presente en todos ellos; por lo que el número uno sería el mayor, y los demás, divisiones o fragmentaciones de la unidad primordial. Como se ve, aquí los números no están expresando simples cantidades, sino cualidades, siendo tomados como módulos armónicos arquetípicos. La antigüedad tenía primordialmente en cuenta la idea que el número significaba; es decir que utilizaba esta escala de modo vertical, que para ello había sido diseñada; lo cual no obstaba para que se la usase además en forma cuantitativa y horizontal para otras funciones que consideraba secundarias o reflejas. Los conceptos que los números manifiestan y sus representaciones geométricas están íntimamente asociados a lo metafísico y cosmogónico y corresponden a realidades esenciales del universo y el hombre. Las combinaciones entre los distintos números de la escala hace posible la cohesión universal, ya que de hecho, los números no son ni más ni menos que conceptos de relación. El denario es una clave mágica: con los diez primeros números se puede nombrar cualquier cosa. En la tradición hebrea los mismos números son representados por letras, pues todo el alfabeto tiene un valor numérico; en el islamismo igual. La relación entre letra y letra o lo que es lo mismo entre número y número, produce el discurso del cosmos, el lenguaje del universo, ya que números y letras conforman códigos reveladores del conocimiento del Ser Universal.

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