ERRORES DIVERSOS CONCERNIENTES A LA INICIACIÓN

RENE GUENON

Para despejar el terreno de alguna manera, no creemos superfluo señalar también desde ahora algunos otras errores concernientes a la naturaleza y a la meta de la inicia-ción, ya que todo lo que hemos tenido la ocasión de leer sobre este tema, durante mu-chos años, nos ha aportado casi diariamente pruebas de una incomprehensión casi gene-ral. Naturalmente, no podemos pensar en hacer aquí una suerte de «registro» en el que pondríamos de manifiesto todos esos errores uno a uno y en detalle, lo que sería dema-siado fastidioso y desprovisto de interés; será mejor limitarnos a considerar algunos ca-sos en cierto modo «típicos», lo que, al mismo tiempo, tiene la ventaja de dispensarnos de hacer alusiones demasiado directas a tal autor o a tal escuela, puesto que debe enten-derse bien que estas precisiones tienen para nós un alcance completamente independien-te de toda cuestión de «personalidades», como se dice comúnmente, o más bien, para hablar en un lenguaje más exacto, de individualidades.
Recordaremos primero, sin insistir demasiado en ello, las concepciones enormemen-te extendidas según las cuales la iniciación sería algo de orden simplemente «moral» y «social»; esas son demasiado limitadas y «terrestres», si se puede expresar así, y, como lo hemos dicho frecuentemente con otros propósitos, el error más grosero está lejos de ser siempre el más peligroso. Para cortar toda confusión, diremos sólo que tales concep-ciones no se aplican realmente ni siquiera a esa primera parte de la iniciación que la an-tigüedad designaba bajo el nombre de «misterios menores»; éstos, así como lo explica-remos más adelante, conciernen a la individualidad humana, pero en el desarrollo inte-gral de sus posibilidades, y por consiguiente más allá de la modalidad corporal cuya ac-tividad se ejerce en el dominio que es común a todos los hombres. No vemos verdade-ramente cuál podría ser el valor o incluso la razón de ser de una pretendida iniciación que se limitaría a repetir, disfrazándolo bajo una forma más o menos enigmática, lo más banal que hay en la educación profana, lo que está más vulgarmente «al alcance de todo el mundo». Por lo demás, con eso no entendemos negar en modo alguno que el conoci-miento iniciático pueda tener aplicaciones en el orden social, tanto como en no importa cuál otro orden; pero eso es otra cuestión: primeramente, esas aplicaciones contingentes no constituyen en modo alguno el fin de la iniciación, como tampoco las ciencias tradi-cionales secundarias constituyen la esencia de una tradición; y después, tienen en sí mismas un carácter completamente diferente de éste del que acabamos de hablar, ya que parten de principios que no tienen nada que ver con preceptos de «moral» corriente, so-bre todo cuando se trata de la famosísima «moral laica», tan querida por tantos de nues-tros contemporáneos, y, además, proceden por vías inaprehensibles a los profanos, en virtud de la naturaleza misma de las cosas; por consiguiente, está bastante lejos de lo que alguien llamaba un día, en términos propios, «la preocupación de vivir convenien-temente». En tanto que uno se limite a «moralizar» sobre los símbolos, con intenciones tan loables como se quiera, no se hará ciertamente obra de iniciación; pero volveremos sobre esto más adelante, cuanto tengamos que hablar más particularmente de la ense-ñanza iniciática.
Errores más sutiles, y por consiguiente más temibles, se producen a veces cuando se habla, a propósito de la iniciación, de una «comunicación» con estados superiores o «mundos espirituales»; y, ante todo, en eso hay muy frecuentemente la ilusión que con-siste en tomar por «superior» lo que no lo es verdaderamente, simplemente porque apa-rece como más o menos extraordinario o «anormal». Sería menester en suma que repi-tiéramos aquí todo lo que ya hemos dicho en otra parte de la confusión de lo psíquico y de lo espiritual1, ya que, a este respecto, es esa la que se comete más frecuentemente; de hecho, los estados psíquicos no tienen nada de «superior» ni de «transcendente», puesto que forman parte únicamente del estado individual humano2; y, cuando hablamos de es-tados superiores del ser, con eso entendemos, sin ningún abuso de lenguaje, los estados supra-individuales exclusivamente. Algunos van incluso todavía más lejos en la confu-sión y hacen de «espiritual» casi sinónimo de «invisible», es decir, que toman por tal, indistintamente, todo lo que no cae bajo los sentidos ordinarios y «normales»; ¡hemos visto calificar así hasta el mundo «etérico», es decir, simplemente, la parte menos grose-ra del mundo corporal! En estas condiciones, es muy de temer que la «comunicación» de que se trata se reduzca en definitiva a la «clarividencia», a la «clariaudiencia», o al ejercicio de alguna otra facultad psíquica del mismo género y no menos insignificante, incluso cuando sea real. En efecto, eso es lo que ocurre siempre de hecho, y, en el fon-do, todas las escuelas pseudoiniciáticas del occidente moderno están más o menos ahí; algunas se ponen incluso expresamente como meta el «desarrollo de los poderes psíqui-cos latentes en el hombre»; en lo que sigue, todavía tendremos que volver de nuevo so-bre esta cuestión de los pretendidos «poderes psíquicos» y de las ilusiones a las que dan lugar.
Pero eso no es todo: admitamos que, en el pensamiento de algunos, se trate verdade-ramente de una comunicación con los estados superiores; eso estará todavía muy lejos de bastar para caracterizar la iniciación. En efecto, una tal comunicación es establecida también por los ritos de orden puramente exotérico, concretamente por los ritos religio-sos; es menester no olvidar que, en este caso igualmente, entran en juego influencias es-pirituales y no ya simplemente psíquicas, aunque para fines completamente diferentes de aquellos que se refieren al dominio iniciático. La intervención de un elemento «no humano» puede definir, de una manera general, todo lo que es auténticamente tradicio-nal; pero la presencia de este carácter común no es una razón suficiente para no hacer después las distinciones necesarias, y en particular para confundir el dominio religioso y el dominio iniciático, o para ver entre ellos todo lo más una simple diferencia de grado, mientras que hay realmente una diferencia de naturaleza, e incluso, podemos decir, de naturaleza profunda. Esta confusión es muy frecuente también, sobre todo entre aque-llos que pretenden estudiar la iniciación «desde afuera», con intenciones que, por lo demás, pueden ser muy diversas; así, es indispensable denunciarla formalmente: el eso-terismo es esencialmente otra cosa que la religión, y no la parte «interior» de una reli-gión como tal, incluso cuando toma su base y su punto de apoyo en ésta como ocurre en algunas formas tradicionales, en el islamismo por ejemplo; la iniciación no es tampoco una suerte de religión especial reservada a una minoría, como parecen imaginarlo, por . ejemplo, aquellos que hablan de los misterios antiguos calificándolos de «religiosos»
No nos es posible desarrollar aquí todas las diferencias que separan los dos dominios re-ligioso e iniciático, ya que, todavía más que cuando se trataba solo del dominio místico, que no es más que una parte del primero, eso nos llevaría ciertamente muy lejos; pero, para lo que tratamos al presente, bastará precisar que la religión considera al ser única-mente en el estado individual humano y no apunta de ninguna manera a hacerle salir de él, sino, al contrario, a asegurarle las condiciones más favorables en este estado mismo, mientras que la iniciación tiene como meta esencialmente rebasar las posibilidades de este estado y hacer efectivamente posible el paso a los estados superiores, e incluso, fi-nalmente, conducir al ser más allá de todo estado condicionado cualquiera que sea. ejemplo, aquellos que hablan de los misterios antiguos calificándolos de «religiosos»
De eso resulta que, en lo que concierne a la iniciación, la simple comunicación con los estados superiores no puede ser considerada como un fin, sino solo como un punto de partida: si esta comunicación debe ser establecida primeramente por la acción de una influencia espiritual, es para permitir después una toma de posesión efectiva de esos es-tados, y no simplemente, como en el orden religioso, para hacer descender sobre el ser una «gracia» que le liga a ellos de una cierta manera, pero sin hacerle penetrar en ellos. Para expresarlo de una manera que será quizás más fácilmente comprehensible, diremos que, si por ejemplo alguien puede entrar en relación con los ángeles, sin dejar por eso de estar encerrado en su condición de individuo humano, por eso no estará más avanzado desde el punto de vista iniciático3; aquí no se trata de comunicar con otros seres que es-tán en un estado «angélico», sino de alcanzar y de realizar uno mismo un tal estado su-praindividual, no, bien entendido, en tanto que individuo humano, lo que sería eviden-temente absurdo, sino en tanto que el ser que se manifiesta como individuo humano en un cierto estado, tiene también en él las posibilidades de todos los demás estados. Por consiguiente, toda realización iniciática es esencial y puramente «interior», al contrario de esa «salida de sí» que constituye el «éxtasis» en el sentido propio y etimológico de esta palabra; y esa es, no ciertamente la única diferencia, pero al menos sí una de las grandes diferencias que existen entre los estados místicos, que pertenecen enteramente al dominio religioso, y los estados iniciáticos. En efecto, es a eso a lo que es menester volver siempre en definitiva, ya que la confusión del punto de vista iniciático con el punto de vista místico, cuyo carácter particularmente insidioso hemos tenido que subra-yar desde el comienzo, tiene la naturaleza de confundir a algunos espíritus que no se de-jarían atrapar en las deformaciones más groseras de las pseudoiniciaciones modernas, y que incluso podrían quizás llegar a comprender sin demasiada dificultad lo que es ver-daderamente la iniciación, si no encontraran en su camino estos errores sutiles que bien parecen estar puestos ahí expresamente para desviarles de una tal comprehensión.

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