A PROPOSITO DE LA VINCULACION INICIATICA

Capítulo V de Initiation et Réalisation Spirituelle, París, Editions Traditionnelles, 1986.
Hay cosas sobre las que uno se ve obligado a volver casi constantemente, tales son las dificultades que parece tener para entenderlas la mayoría de nuestros contemporáneos, por lo menos en Occidente; y se trata a menudo de aquellas cosas que, a la vez que se hallan en cierto modo en la base de todo cuanto tiene relación, sea con el punto de vista tradicional en general, sea más especialmente con el punto de vista esotérico e iniciático, son de un orden que debiera normalmente ser considerado como más bien elemental. Tal es, por ejemplo, la cuestión del papel y de la eficacia propios de los ritos; y quizá sea, por lo menos en parte, su conexión bastante estrecha con ésta la razón por la cual la cuestión de la necesidad de la vinculación iniciática parece hallarse en el mismo caso. En efecto, cuando uno ha comprendido que la iniciación consiste esencialmente en la transmisión de una cierta influencia espiritual, y que esa transmisión no puede operarse más que por medio de un rito, que es precisamente aquél por el que se efectúa la vinculación a una organización que tiene como función primordial conservar y comunicar dicha influencia, parece que ya no debería haber dudas a este respecto: transmisión y vinculación no son, en definitiva, sino los dos aspectos inversos de una sola y misma cosa, según se la considere descendiendo o remontando la "cadena" iniciática. No obstante, hemos podido comprobar recientemente que la dificultad mencionada existe incluso para algunos de quienes poseen, de hecho, tal vinculación; ello puede parecer más bien sorprendente, pero sin duda hay que ver ahí una consecuencia de la disminución "especulativa" que han sufrido las organizaciones a las que pertenecen; pues es evidente que, para quien se limita a este punto de vista "especulativo", las cuestiones de este orden, y todas aquéllas que podemos denominar propiamente "técnicas", no pueden aparecer más que en una perspectiva muy indirecta y remota, y que, por eso mismo, su fundamental importancia corre el riesgo de ser, en todo o en parte, mal apreciada. Podría decirse aún que un ejemplo como éste permite calibrar la distancia que separa la iniciación virtual de la iniciación efectiva; no es, desde luego, que pueda considerarse la iniciación virtual como algo desdeñable: al contrario, ya que se trata de la iniciación propiamente dicha, es decir, del "comienzo" (initium) indispensable, y que ya lleva consigo la posibilidad de todo desarrollo ulterior; pero hay que reconocer que, sobre todo en las actuales circunstancias, hay un gran trecho entre esa iniciación virtual y el más mínimo comienzo de realización. Sea como fuere, creíamos habernos explicado suficientemente sobre la necesidad de la pertenencia iniciática ( 1 ); pero, a la vista de algunas preguntas que seguimos recibiendo sobre este punto, estimamos útil tratar de añadir algunas precisiones complementarias.

Para empezar, hemos de responder a quienes pudieran sentirse tentados a objetar a partir del hecho que el neófito no experimenta en modo alguno la influencia espiritual en el momento de recibirla; en verdad, este caso es, por lo demás, enteramente comparable al de ciertos ritos de orden exotérico –tales como el rito religioso de la ordenación, por ejemplo–, en los que se transmite igualmente una influencia espiritual sin que –en general por lo menos– ésta sea experimentada, lo cual no obsta para que esté realmente presente, y para que confiera a quienes la han recibido ciertas aptitudes que no podrían tener sin ella. Pero, en el orden iniciático, hay que ir más lejos: sería en cierto modo contradictorio que el neófito fuera capaz de sentir la influencia que le es transmitida, ya que él no se halla frente a esa influencia, por definición, más que en un estado puramente potencial y "no desarrollado", mientras que la capacidad de experimentarla implicaría ya forzosamente un cierto grado de desarrollo o de actualización; es por esto que decíamos hace un momento que hay que empezar necesariamente por la iniciación virtual. Ahora bien: en el terreno exotérico, no hay, en definitiva, inconveniente en que la influencia recibida no sea nunca conscientemente percibida, ni siquiera indirectamente y a través de sus efectos, ya que no se trata de lograr, como consecuencia de la transmisión operada, un desarrollo espiritual efectivo; por el contrario, las cosas debieran ser muy distintas tratándose de la iniciación: como resultado del trabajo interior realizado por el iniciado, los efectos de esa influencia deberían ser experimentados más adelante, pues en ello consiste precisamente el tránsito a la iniciación efectiva, en cualquiera de sus grados. Esto es, por lo menos, lo que debiera ocurrir normalmente, si la iniciación produjera los resultados que uno puede esperar de ella; cierto es que, de hecho, en la mayoría de casos, la iniciación queda por siempre en estado virtual, lo cual quiere decir que los efectos a los que aludimos permanecen indefinidamente en estado latente; pero, si esto es así, no deja por ello de ser, desde el punto de vista rigurosamente iniciático, una anomalía que sólo se debe a ciertas circunstancias contingentes ( 2 ), como son, por una parte, la insuficiencia de las cualificaciones del iniciado, es decir, la limitación de las posibilidades que éste lleva en sí mismo, y que nada exterior puede suplir, y también, por otra parte, el estado de imperfección o de degeneración al que han quedado reducidas actualmente ciertas organizaciones iniciáticas, que ya no les permite dar un apoyo suficiente para alcanzar la iniciación efectiva, ni siquiera dejar que aquéllos que podrían ser más aptos sospechen su existencia; si bien esas organizaciones no dejan de seguir siendo capaces de conferir la iniciación virtual, es decir, de asegurar a quienes poseen las cualificaciones mínimas indispensables, la transmisión inicial de la influencia espiritual.

Añadamos de paso, antes de abordar otro aspecto de la cuestión, que esta transmisión –como ya hemos hecho notar expresamente– no tiene, ni puede tener, nada de "mágico", justamente porque se trata esencialmente de una influencia espiritual, mientras que todo cuanto es de orden mágico se refiere exclusivamente al manejo de las influencias psíquicas. Aún si sucede que la influencia espiritual se vea acompañada de ciertas influencias psíquicas secundarias, ello no cambia nada, pues se trata, en definitiva, de una consecuencia puramente accidental, y que no se debe más que a la correspondencia que forzosamente existe siempre entre los distintos órdenes de la realidad; en cualquier caso, no es sobre esas influencias psíquicas, ni por su mediación, que actúa el rito iniciático, que se revela únicamente a la influencia espiritual y que, precisamente por ser iniciático, no tiene razón de ser fuera de ella. Por lo demás, lo dicho se aplica, en el terreno exotérico, a cuanto se refiere a los ritos religiosos ( 3 ); cualesquiera que sean las diferencias que haya que establecer entre las influencias espirituales, ya sea en sí mismas, ya sea en cuanto a las diversas metas para las que pueden ser puestas en acción, se trata siempre de influencias espirituales propiamente dichas, y, en definitiva, basta con ello para que no pueda haber ahí nada en común con la magia, que no es más que una ciencia tradicional secundaria, de orden enteramente contingente, y aún muy inferior, extraña por completo –repitámoslo una vez más– a cuanto pertenece al terreno de lo espiritual.

Podemos ahora abordar lo que nos parece el punto más importante, el que se acerca más al fondo mismo de la cuestión; a este respecto, la objeción que se presenta podría ser formulada así: nada puede estar separado del Principio, ya que aquello que lo estuviera no tendría verdaderamente existencia ni realidad alguna, ni siquiera del grado más inferior; siendo así, ¿cómo puede hablarse de una vinculación que, cualesquiera que sean los intermediarios por cuya mediación se efectúa, no puede ser concebida, a fin de cuentas, más que como una vinculación al Principio mismo, lo cual, tomado al pie de la letra, parece implicar el restablecimiento de un lazo que hubiera sido cortado? Puede observarse que una pregunta de este tipo es bastante parecida a la siguiente, que otros se han planteado igualmente: ¿por qué es necesario hacer esfuerzos por lograr la Liberación, ya que el "Sí mismo" (Atma) es inmutable y permanece siempre igual, y no puede ser afectado o modificado por nada? Quienes plantean tales cuestiones ponen de manifiesto que se detienen en una visión demasiado teórica de las cosas, lo cual les hace percibir un solo aspecto de las mismas; o que confunden dos puntos de vista que son netamente distintos, si bien, en cierto sentido, se complementan recíprocamente: el punto de vista de los principios y el de los seres manifestados. Claro está que, desde el punto de vista puramente metafísico, uno podría, en rigor, mantenerse sólo en el aspecto de los principios, desdeñando, en cierto modo, todo lo demás; pero el punto de vista propiamente iniciático debe, por el contrario, partir de las condiciones que son actualmente las de los seres manifestados, y, más exactamente, las de los individuos humanos como tales; liberarlos de esas condiciones es justamente el objetivo que se propone. Debe pues, forzosamente –y esto es precisamente lo que le caracteriza con respecto al punto de vista metafísico puro– tomar en consideración lo que puede llamarse un estado de hecho, y vincular en cierto modo ese estado de hecho al orden principial. Para disipar cualquier equívoco al respecto, diremos lo siguiente: en el Principio, es evidente que nada puede estar nunca sujeto al cambio; no es, pues, el "Sí mismo" el que debe ser liberado, ya que nunca ha sido ni será condicionado, ni sometido a limitación alguna; es el "yo", y su liberación sólo puede efectuarse disipando la ilusión que lo hace aparecer como separado del "Sí mismo"; análogamente, no es el vínculo con el Principio lo que se trata en realidad de restablecer, ya que ese vínculo siempre ha existido y no puede dejar de existir ( 4 ); de lo que se trata es de realizar, para el ser manifestado, la conciencia efectiva de ese vínculo; y, en las condiciones presentes de nuestra humanidad, no hay para ello otro medio que el que proporciona la iniciación.

Podemos ya comprender con lo dicho que la necesidad de la vinculación iniciática es, no una necesidad de principio, sino tan sólo una necesidad de hecho, que no por ello deja de ser rigurosamente imperativa en ese estado que es el nuestro y que, por consiguiente, estamos obligados a tomar como punto de partida. Además, para los hombres de los tiempos primordiales, la iniciación hubiera sido inútil, e incluso inconcebible, ya que el desarrollo espiritual, en todos sus grados, se efectuaba en ellos de modo natural y espontáneo, por razón de la proximidad en que se hallaban con respecto al Principio; pero, como consecuencia del "descenso" experimentado desde entonces, de acuerdo con el proceso inevitable de toda manifestación cósmica, las condiciones del período cíclico en que nos hallamos son completamente distintas de aquéllas, y de ahí que sea la restauración de las posibilidades del estado primordial la primera de las metas que se propone la iniciación ( 5 ). Es, pues, teniendo en cuenta esas condiciones, tales como de hecho son, que debemos afirmar la necesidad de la vinculación iniciática, y no, de modo general y sin restricción alguna, con relación a las condiciones de una época cualquiera o, con mayor razón aún, de un mundo cualquiera. A este respecto, llamamos la atención del lector sobre lo que ya hemos dicho en otro lugar sobre la posibilidad de que seres vivos nazcan por sí mismos y sin necesidad de padres ( 6 ); esta "generación espontánea" es, en efecto, una posibilidad de principio, y puede muy bien concebirse un mundo en que las cosas fueran así; pero no se trata de una posibilidad de hecho en nuestro mundo, o por lo menos, más exactamente, de nuestro mundo en su estado actual; lo mismo ocurre con el logro de ciertos estados espirituales, logro que constituye, por otra parte, un verdadero "nacimiento" ( 7 ); y esta comparación nos parece a la vez la más exacta y la que mejor puede ayudar a comprender de qué se trata. En el mismo orden de ideas, podemos también decir que, en el estado presente de nuestro mundo, la tierra no puede producir una planta por sí misma, espontáneamente, y sin que haya sido depositada en ella una semilla, que ha de provenir necesariamente de otra planta preexistente ( 8 ); pero ello debe necesariamente haber sido posible en algún momento, porque de lo contrario nada hubiera podido empezar nunca; no obstante, esa posibilidad ya no es de las que son susceptibles de manifestarse actualmente. En las condiciones en las que de hecho nos hallamos no se puede cosechar sin haber sembrado antes, y esto es tan cierto en el terreno espiritual como en el material. Pues bien: el germen que debe depositarse en el ser para hacer posible su desarrollo espiritual ulterior es precisamente la influencia que, en estado de virtualidad, "envuelta" exactamente como la semilla ( 9 ), le es comunicada por la iniciación ( 10 ).

Aprovechemos esta ocasión para señalar también un error del que hemos visto algunos ejemplos recientemente: algunos creen que la pertenencia a una organización iniciática no constituye en cierto modo más que un primer paso "hacia la iniciación". Esto sólo es cierto a condición de especificar claramente que se trata aquí de la iniciación efectiva: pero aquéllos a quienes aludimos no hacen aquí distinción alguna entre iniciación virtual e iniciación efectiva, y quizá no tengan idea de tal distinción, que es, sin embargo, de la mayor importancia, y que podríamos incluso calificar de esencial; además, es posible que hayan sufrido, en mayor o menor grado, la influencia de ciertas concepciones de raíz ocultista o teosofista relativas a los "grandes iniciados" y otras cosas de ese estilo, muy propias, sin duda, para crear o mantener confusiones. En cualquier caso, olvidan a todas luces que "iniciación" deriva de initium, y que este término significa propiamente "entrada" y "comienzo": es la entrada en una vía que hay que recorrer en lo sucesivo; o también el principio de una nueva existencia en el transcurso de la cual se desarrollarán posibilidades de otro orden que las que limitan estrechamente la vida del hombre ordinario; y la iniciación así entendida, en su sentido más estricto y más preciso, no es, en realidad, sino la transmisión inicial de la influencia espiritual en estado de germen, es decir, en otros términos, la vinculación iniciática misma.

Otra cuestión, relacionada también con la vinculación iniciática, ha sido planteada recientemente; digamos, para empezar, con objeto de que se entienda exactamente el alcance de la misma, que se refiere de modo más especial a aquellos casos en que la iniciación es obtenida al margen de los medios ordinarios y normales ( 11 ). Debe quedar bien entendido, antes que nada, que tales casos son siempre excepcionales, y que no se producen sino cuando ciertas circunstancias hacen imposible la transmisión normal, puesto que su razón de ser es precisamente suplir en cierto modo dicha transmisión. Decimos "en cierto modo" porque, por una parte, tal cosa no puede suceder más que a individuos que posean cualificaciones que excedan en mucho a las ordinarias, y con unas aspiraciones lo bastante intensas como para atraer, en cierto modo, hacia ellos la influencia espiritual que no pueden buscar por sus propios medios; y también, por otra parte, porque es aún más excepcional, incluso para tales individuos, que los resultados obtenidos como consecuencia de esa iniciación, a falta de la ayuda que proporciona el contacto constante con una organización tradicional, no tengan un carácter más o menos fragmentario e incompleto. Nunca se insistirá lo bastante en este asunto, y es posible que, a pesar de todo, no sea del todo inocuo mencionar esta posibilidad, ya que son demasiados los que pueden tender a hacerse ilusiones sobre la misma; les bastará con que ocurra en su existencia un acontecimiento de cualquier orden que pueda calificarse como algo extraordinario –o que aparezca como tal a sus propios ojos– para que lo interpreten como un signo de haber recibido esa iniciación excepcional. Los occidentales de hoy, en particular, serán proclives a asirse al más mínimo pretexto de este tipo para dispensarse de una vinculación regular; por ello conviene insistir de modo muy especial en que, mientras no sea de hecho imposible obtener una vinculación regular, no hay que contar con que uno pueda recibir una iniciación, cualquiera que sea, al margen de esa vinculación.

Otro punto muy importante es el siguiente: incluso en semejantes casos, se trata siempre de la vinculación a una "cadena" iniciática y de la transmisión de una influencia espiritual, cualesquiera que sean los medios y modalidades empleados; éstos pueden, sin duda, diferir enormemente de lo que serían en casos normales, e implicar, por ejemplo, una acción ejercida al margen de las condiciones ordinarias de tiempo y lugar; pero, de todas formas, hay ahí necesariamente un contacto real, lo cual no tiene nada que ver con "visiones" o ensueños que provienen sólo de la imaginación ( 12 ). En algunos ejemplos conocidos, como el de Jacob Boehme al que ya hemos hecho alusión en otro lugar ( 13 ), ese contacto se estableció por el encuentro con un personaje misterioso que no volvió a aparecer en lo sucesivo; quienquiera que fuese ( 14 ), se trata, pues, de un hecho perfectamente "positivo", y no de un mero "signo", más o menos vago o equívoco, que cada cual pudiera interpretar según sus deseos. Ahora bien: queda claro que el individuo iniciado por tales medios puede no tener una clara conciencia de la verdadera naturaleza de aquello que ha recibido, y de aquello a lo que ha sido vinculado; con mayor razón aún, puede ser del todo incapaz de dar una explicación de lo sucedido si carece de una "instrucción" que le permita tener nociones mínimamente precisas sobre todo ello; puede incluso ocurrir que nunca haya oído hablar de iniciación porque tanto el término como el concepto sean completamente desconocidos en el medio en que vive; pero esto importa poco, en el fondo, y no afecta desde luego en nada a la realidad misma de esa iniciación, si bien todo ello nos permite darnos cuenta de que tal iniciación no deja de presentar ciertas desventajas inevitables por comparación con la iniciación normal ( 15 ).

Dicho esto, podemos pasar a la pregunta aludida más arriba, pues estas observaciones nos permitirán contestarla más fácilmente. Es ésta: ciertos libros de contenido iniciático ¿no pueden acaso servir por sí mismos, para individuos particularmente cualificados que los estudien con la disposición requerida, de vehículo para la transmisión de una influencia espiritual, de modo que, en tales casos, bastaría su lectura, sin que fuera necesario ningún contacto directo con una "cadena" tradicional, para conferir una iniciación del tipo de las que acabamos de describir? Creíamos habernos explicado suficientemente en diversas ocasiones sobre la imposibilidad de una iniciación por medio de los libros; y confesamos que no se nos había ocurrido que la lectura de libros, cualesquiera que fuesen, pudiera llegar a ser considerada como uno de esos medios excepcionales que sustituyen a veces a los medios ordinarios de la iniciación. Además, incluso fuera del caso particular y más preciso en el que se trata de la transmisión propiamente dicha de una influencia iniciática, hay en esa consideración algo que sería netamente contrario al hecho de que, siempre y en todas partes, se estima que una transmisión oral es condición necesaria de la verdadera enseñanza iniciática, hasta el punto de no poder dispensar de ella el haberla puesto por escrito ( 16 ); y ello porque la transmisión de esa enseñanza, para ser realmente válida, implica la comunicación de un elemento en cierto modo "vital", para el que los libros no pueden servir de vehículo ( 17 ). Pero lo que resulta quizá más sorprendente es que la pregunta se plantee en relación con un pasaje en el que, a propósito del estudio "libresco", habíamos creído precisamente explicarnos lo bastante claramente como para evitar cualquier confusión, señalando justamente, en previsión de que fuera causa de malas interpretaciones, el caso de los "libros cuyo contenido es de orden iniciático" ( 18 ); parece, pues, que no resultará inútil volver de nuevo sobre este asunto, y desarrollar de modo algo más completo lo que quisimos decir en aquella ocasión.

Es evidente que hay muchas maneras distintas de leer un mismo libro, cuyos resultados son igualmente diversos: si suponemos que se trata, por ejemplo, de las sagradas Escrituras de una tradición, el profano, en el sentido más completo del término –tal sería el caso del "crítico" moderno– no vería en ellas más que "literatura", y lo más que podrá extraer de su lectura será esa clase de conocimiento meramente verbal que constituye la erudición pura y simple, sin que se le añada la más mínima comprensión real, siquiera sea de la más externa, pues el lector no sabe, ni tan sólo se pregunta, si lo que lee es la expresión de una verdad: y éste es el género de saber que puede ser calificado de "libresco" en la acepción más rigurosa del término. Quien pertenezca a la tradición de que se trate, aunque no la conozca más que en su vertiente exotérica, ya verá en esas Escrituras algo completamente distinto, por mucho que su comprensión quede aún limitada exclusivamente al sentido literal, y lo que hallará en su lectura tendrá para él un valor incomparablemente mayor que el de la erudición; ello sería así incluso en el grado más bajo; queremos decir, en el caso de quien, por incapacidad de comprender las verdades doctrinales, buscara en las Escrituras sencillamente una regla de conducta, lo cual le permitiría por lo menos participar de la tradición en la medida de sus posibilidades. El caso de quien se propone asimilar lo más completamente posible el exoterismo de la doctrina –como hace, por ejemplo, el teólogo– se sitúa a un nivel sin duda muy superior; y, sin embargo, sigue tratándose del sentido literal, y puede ser que ni sospeche siquiera la existencia de otros sentidos más profundos, del esoterismo, en definitiva. Por el contrario, aquél que posea cierto conocimiento teórico del esoterismo podrá, con ayuda de ciertos comentarios o de otro modo, empezar a percibir la pluralidad de los sentidos que contienen los textos sagrados y, por consiguiente, a discernir el "espíritu" que se oculta bajo la "letra": su comprensión es, pues, de un orden mucho más profundo y más elevado que aquélla a la que puede aspirar el más sabio y más perfecto de los exoteristas. El estudio de esos textos podrá entonces constituir una parte importante de la preparación doctrinal que debe normalmente preceder a toda realización; sin embargo, si quien se dedica a ese estudio no recibe ninguna iniciación por otro conducto, se quedará siempre, cualesquiera que sean sus disposiciones, en un conocimiento exclusivamente teórico, que el estudio no permite, por sí mismo, superar en modo alguno.

Si, en lugar de las sagradas Escrituras, consideráramos determinados escritos de carácter propiamente iniciático, como por ejemplo los de Shankarâchârya o los de Mohyiddin Ibn' Arabi, podríamos decir, salvo en un aspecto, casi lo mismo: así, todo cuanto un orientalista podrá extraer de su lectura será saber que tal autor (pues para él no se trata sino de un "autor", y nada más) ha dicho tal o cual cosa; y aún, si desea traducir lo leído en vez de contentarse con repetirlo textualmente y mediante un mero esfuerzo memorístico, lo más probable es que lo deforme, ya que no ha asimilado su significado real en modo alguno. la única salvedad con respecto a lo dicho anteriormente es que en este caso no hay que tener en cuenta el caso del exoterista, puesto que esos escritos se refieren únicamente al terreno esotérico y quedan, por tanto, por completo fuera de su competencia; si el exoterista pudiera verdaderamente entenderlos ya habría franqueado, por eso mismo, el límite que separa el exoterismo del esoterismo y nos hallaríamos, de hecho, ante el caso del esoterista "teórico" para el que no podríamos sino repetir, sin cambiar nada, lo ya dicho al respecto.

No nos queda por último sino considerar una última diferencia, que no es, sin embargo, la menos importante desde el punto de vista en que nos situamos aquí: nos referimos a la diferencia que surge según que un mismo libro sea leído por el esoterista "teórico" del que acabamos de hablar, que suponemos no ha recibido iniciación alguna, o por quien, por el contrario, posee ya una vinculación iniciática. Este verá en el libro, naturalmente, cosas del mismo orden que aquél, aunque quizá de modo más completo, y, sobre todo, se le aparecerán en cierto modo bajo una luz distinta; no hace falta decir, por otra parte, que, mientras no se halle más que en estado de iniciación virtual, no puede hacer otra cosa que proseguir, hasta un grado más profundo, una preparación doctrinal que ha permanecido incompleta hasta el momento; pero la cosa es distinta en cuanto entra en la vía de la realización. Para él, el contenido del libro no será propiamente, a partir de ese momento, más que un soporte de meditación, en el sentido que pudiéramos llamar ritual, exactamente como los símbolos de diverso orden que emplea para ayudar y sostener su trabajo interno; y resultaría sin duda incomprensible que unos escritos tradicionales, que son necesariamente, por su misma naturaleza, simbólicos en la más estricta acepción del término, no pudieran desempeñar ese papel. Más allá de la "letra" que, en cierto modo, ha desaparecido para él, ya no verá verdaderamente más que el "espíritu", y así podrán abrírsele –al igual que cuando medita concentrándose en un mantra o un yantra ritual, posibilidades completamente distintas de las de la mera comprensión teórica; pero si ello es así –repitámoslo una vez más– es en virtud de la iniciación que ha recibido, y que constituye la condición necesaria sin la cual no podría darse el más mínimo comienzo de realización; lo cual viene a decir, sencillamente, que toda iniciación efectiva presupone forzosamente la iniciación virtual. Añadiremos que, si ocurre que quien medita sobre un escrito de orden iniciático entra realmente en contacto por esa meditación con una influencia emanada de su autor, lo cual es, en efecto, posible si el escrito procede de la forma tradicional y sobre todo de la "cadena" particular a las que pertenece el iniciado, tal contacto, lejos de ocupar el lugar de una vinculación iniciática, no puede ser, por el contrario, sino una consecuencia de la que ya posee. Así, sea como sea que se considere la cuestión, no puede tratarse, absolutamente en ningún caso, de una iniciación por medio de los libros, sino sólo, bajo ciertas condiciones, de un uso iniciático de éstos, lo cual es, evidentemente, algo completamente distinto; esperamos haber insistido en ello lo bastante esta vez para que ya no subsista el menor equívoco a este respecto, y para que ya no pueda pensarse que haya algo ahí que pueda dispensar, siquiera sea excepcionalmente, de la necesidad de la vinculación iniciática. Traducción: Alfredo Pastor

NOTAS

1 Véase Aperçus sur l'Initiation, en especial caps. V y VIII. (R)

2 Por lo demás podríamos decir, en términos generales, que, en las condiciones de una época como la nuestra, es casi siempre el caso verdaderamente normal desde el punto de vista tradicional el que ya no aparece más que como un caso de excepción. (R)

3 Ni que decir tiene que lo mismo ocurre con otros ritos exotéricos, en las tradiciones que no revisten forma religiosa; si hablamos aquí más concretamente de ritos religiosos, es porque éstos representan, en este terreno, el caso más generalmente conocido en Occidente. (R)

4 Este vínculo, en el fondo, no es otra cosa que el sûtrâtmâ de la tradición hindú, del que hemos tratado en otros estudios. (R)

5 Sobre la iniciación, considerada, en cuanto se refiere a los "pequeños misterios", como lo que permite "remontar" el ciclo, en sus etapas sucesivas, hasta el estado primordial, v. Aperçus sur l'Initiation, pp. 257-8. (R)

6 Aperçus sur l'Initiation, p. 30. (R)

7 Casi no hace falta recordar, a este respecto, todo cuanto hemos dicho en otro lugar sobre la iniciación considerada como "segundo nacimiento"; este modo de considerarla es, por lo demás, común a todas las formas tradicionales sin excepción. (R)

8 Señalemos, sin poder insistir más en ello aquí, que lo dicho no deja de tener relación con el simbolismo del grano de trigo en los misterios de Eleusis, así como, en la Masonería, con la palabra de paso del grado de Compañero; la aplicación iniciática guarda, evidentemente, estrecha relación con la idea de "posteridad espiritual". A propósito, no deja de tener interés observar que el término "neófito" significa literalmente "nueva planta". (R)

9 No es que la influencia espiritual, en sí misma, pueda hallarse alguna vez en un estado de potencialidad; es que el neófito la recibe, en cierto modo, de manera proporcionada a su propio estado. (R)

10 Podríamos incluso añadir que, por razón de la correspondencia que existe entre el orden cósmico y el humano, puede haber, entre los dos términos de la comparación que acabamos de indicar, no una mera similitud, sino una relación mucho más estrecha y más directa, que la justifica aún más completamente; y de ahí resulta posible vislumbrar que el texto bíblico que representa al hombre caído como condenado a no poder obtener nada de la tierra si no es por un penoso trabajo (Génesis, III, 17-19) puede responder a algo verdadero incluso en su sentido más literal. (R)

11 A estos casos se refiere la nota aclaratoria añadida a un apartado de las Pages dédiées à Mercure de Abdul-Hadi, número de agosto de 1946 de Etudes Traditionnelles, pp. 318-9. (R)

12 Recordaremos una vez más que, en cuanto se trata de cuestiones de orden iniciático, nunca se desconfía bastante de la imaginación: toda ilusión "psicológica" o "subjetiva" carece en absoluto de valor a este respecto, y no debe intervenir en modo o grado alguno. (R)

13 Aperçus sur l'Initiation, p. 70. (R)

14 Puede tratarse, aunque sin duda no es siempre forzosamente el caso, de la apariencia revestida por un "adepto" que actuaba, como acabamos de decir, al margen de las condiciones ordinarias de tiempo y lugar; las consideraciones expuestas sobre ciertas posibilidades de este orden en Aperçus sur l'Initiation, cap. XLII, pueden ayudar a comprenderlo. (R)

15 Estas desventajas tienen, entre otras consecuencias, la de conferir a menudo al iniciado, sobre todo por lo que se refiere al modo en que éste se expresa, cierta semejanza externa con el místico; quienes no llegan al fondo de las cosas pueden llegar a tomarlo por tal, como ha sucedido precisamente con Jacob Boehme. (R)

16 El contenido mismo de un libro, en cuanto conjunto de palabras y frases que expresan ciertas ideas, no es, pues, lo único que importa verdaderamente desde el punto de vista tradicional. (R)

17 Pudiera objetarse que, según algunos relatos relativos sobre todo a la tradición rosacruz, ciertos libros fueron cargados de influencias por sus propios autores; ello es efectivamente posible en el caso de un libro, como en el de otro objeto cualquiera; pero, aún admitiendo la realidad de ese hecho, no podría, en cualquier caso, tratarse más que de ejemplares determinados, especialmente preparados a tal efecto; y, además, cada uno de esos ejemplares debería haber sido destinado exclusivamente a aquel discípulo al que se le entregaba directamente, no para sustituir a una iniciación que el discípulo ya había recibido, sino únicamente para proporcionarle una ayuda más eficaz cuando, en el transcurso de su trabajo personal, hubiera de servirse de dicho libro como soporte de meditación. (R)

18 Aperçus sur l'Initiation, pp. 224-5. (R)

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